Sociedad

La vida es riesgo

Dejar un trabajo seguro y una posición social para abrazar una vida radicalmente diferente es, para la mayoría, una locura. Para algunos es el camino hacia su auténtica identidad

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«Juan, lo tenías todo: apoyo, reconocimiento, aptitudes, éxito, dinero... ¿por qué lo dejaste?». Abandonar una vida encarrilada, segura, sin grandes sobresaltos, y apostar por un nuevo camino lleno de incertidumbres parece una locura en estos días que corren. Asunto de privilegiados que se lo pueden permitir. Boutades de ricos estrambóticos. Pero no es así. Personas normales, de carne y hueso, pertenecientes a todos los estratos sociales y llevadas por las más variadas razones, han dado este sorprendente paso. Especialmente sorprendente en la sociedad occidental, donde las metas establecidas no siempre coinciden con los sueños personales. Y a veces cuesta darse cuenta.

El caso de Juan, un exitoso abogado que dejó su bufete para dedicarse a la doma de caballos, es uno de los quince ejemplos que Eva Perea recoge en su libro Cambio de rumbo. Atrévete a ser tú mismo. Juan, como Chris, María, Derek o Neli, un buen día se dio cuenta de que su existencia no discurría tal y como él hubiera deseado. Cumplía, sí, con las expectativas de los demás, pero no con las suyas. «¿Es esto todo lo que puedo esperar de la vida?», se preguntó a sí mismo. La misma pregunta se hicieron el resto de personajes que pasean por las páginas de este libro. Muchos tenían, como Juan, éxito profesional y reconocimiento social. Chris Stewart es un antiguo miembro del famoso grupo de rock sinfónico Genesis. Ignacio era un joven ejecutivo al estilo de los que retrata Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades. Y Pipe era director financiero de una empresa británica. En otro nivel, María trabajaba como recepcionista y Marta era trabajadora social. Gentes de todo tipo y condición. Pero se sentían insatisfechos: veían que avanzaban por el camino equivocado. «Creo que he logrado un propósito de vital importancia para mí: sencillamente, no pasarme la vida haciendo algo que no me satisface», asegura Chris, que hoy vive junto a su esposa en un aislado cortijo de la Alpujarra granadina esquilando ovejas y, paradojas de la vida, escribiendo libros de éxito mundial. Hay quien lo ha dejado todo para montar una pequeña tienda de mercería, crear su propia empresa, convertirse en consultor personas de moda, dedicar su vida a la navegación o entregarse a la pintura.

Placer por deber

Cumplir los cuarenta o los cincuenta años, tener un hijo, divorciarse, jubilarse prematuramente, quedarse sin empleo, perder a un familiar, sufrir una enfermedad o constatar que los hijos se han hecho mayores y son capaces de cuidarse por sí mismos son algunas de las razones que les impulsaron a dar el paso. Pero el detonante puede ser incluso un motivo tan baladí como la premonición de una pitonisa, como le sucedió a Mila durante un viaje de negocios por el Amazonas. «De lo que se trata -afirma Ignacio, muy influido por sus viajes a la India- es de quitarnos los trajes inútiles que nos vamos poniendo durante la vida y que nos alejan cada vez más del niño que llevamos dentro».

Perseverancia, creatividad, valentía, inconformismo, honestidad y capacidad introspectiva son características comunes de todos estos personajes. Para explicar estas decisiones trascendentales, Carmen Magante, profesora de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco (UPV), recurre a dos principios que normalmente están en equilibrio: el del deber y el del placer. «Cuando la ocupación de uno se explica sólo por el primero de ellos, puede suceder que un día explote y decida dejarlo todo sin más explicaciones. Es lo que denominamos mecanismo evitativo o fuga disociativa». Hartos de hacer lo que no les llena aunque tenga su atractivo social, deciden dejar a un lado el deber y apostar por el placer.

El final de un ciclo

Carlos Sirvent, psiquiatra especializado en dependencias afectivas, centra su explicación en la antropología y en la sucesión de etapas vitales. «Hay personas que, alcanzada cierta edad, se dan cuenta de que han cubierto un ciclo y se replantean su vida. Es algo habitual en los países del norte de Europa. No se trata de una crisis como tal, sino de una mirada sobre sí mismos que les impulsa a hacer aquello que no pudieron en su momento». «En otras ocasiones -concluye este especialista- son las circunstancias las que se imponen. La rutina y el cansancio por hacer siempre lo mismo llevan a los afectados a explorar nuevos territorios».

Sea como fuere, no es una decisión fácil. Supone asumir grandes riesgos y enfrentarse en mu-chos casos a la incomprensión de familiares y amigos. Quizás por ello se ha dicho que ser un héroe consiste en ser uno mismo.