La confianza
En los últimos tiempos, junto a los temores vagos, concretos o concretísimos (los de los 7.800 operarios de Seat y Bridgestone que se van a quedar sin empleo); junto al miedo que aviva ocasionalmente el ministro Solbes con sus declaraciones; junto al interés por los artículos de Marco-Gardoqui, se ha generalizado una expresión que cada día sale varias veces de las diversas cajas parlantes más o menos planas repartidas por la porción del continuo espacio-tiempo que nos toca en suerte (buena o mala) a cada uno.
Actualizado: GuardarSe trata de «la confianza de los consumidores». El valor económico de la confianza es una realidad omnipresente que se ve más y más a medida que escasea más y más. Si alguna vez los modestos consumidores nos parábamos a pensar en estas cosas, reconocíamos que la confianza de los grandes capitales era vital para sus negocios, pero nunca se nos ocurrió que nuestras pequeñas confianzas, que eran más bien una distracción, un ir a lo nuestro desprevenidos, pudieran tener valor económico de ninguna clase.
La confianza, como elemento del circuito económico, parece una cosa sutil, volátil e impredecible. Así lo confirma la reacción de Wall Street, que cerró con una caída del 1,5% el viernes después de que el Congreso de EE UU aprobara la polémica operación de salvamento paradójicamente promovida por un presidente liberal.
Un amigo mío muy malintencionado dice que ahora hemos podido comprobar que los liberales son ultraliberales cuando se trata de despedir libremente a los trabajadores, pero que se vuelven intervencionistas y hasta partidarios de hacer un paréntesis (o dos) en la economía de mercado cuando se trata de salvar bancos y compañías de seguros (la industria del automóvil ya empieza a apuntarse a la operación salvamento). Vivimos tiempos en los que el Dios cristiano se esconde detrás de las nubes y en su lugar aparece el risueño banquete de los dioses olímpicos, siempre dispuestos a disfrutar con las contradicciones del capitalismo y con la tragicomedia humana.
La risa que se oye detrás de ciertos titulares debe de ser suya. Como las consecuencias de no intervenir, según dicen, serían tan malas para el pequeño como para el grande, quizás la asombrosa intervención de papá Estado americano produzca una ola de confianza en los millones de pequeños consumidores que se necesitan para que el invento se sostenga por todo el mundo. Aunque me temo que el problema no es que a la gente le falte confianza. El problema es que le falta dinero.