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Los caminos de la poesía más joven
Maillot Amarillo ultima una antología poética con autores como Juan Carlos Abril, Elena Medel y Carlos Pardo que unen sus obras bajo el título de 'Dehabitados'
Actualizado: Guardarntes de nada hay que advertir humildemente que vamos a abordar, en lenguaje periodístico, una primicia y una exclusiva. Lo normal es escribir una reseña sobre un libro cuando ya tiene forma de eso, de libro, con su portada, su contraportada elogiosa, sus páginas numeradas, etcétera. Sin embargo, el texto que nos ocupará en las siguientes líneas de momento se encuentra en la fase de pruebas de autor, aunque su fecha de salida al mercado está muy próxima -en apenas dos semanas se encontrará en las librerías, si los plazos de las editoriales no mienten y la crisis económica por la que pasamos no alarga sus funestas manos en exceso-.
Hecha esta aclaración, debemos añadir que además de esta circunstancia poco común existe otra, su temática, que hace de este artículo casi una rara avis: vamos a hablar de poesía. Normalmente en las publicaciones periodísticas dedicadas a la literatura predomina la narrativa de una manera casi vergonzante -por la escasa calidad de muchas de las obras abordadas-. A poca distancia se halla el ensayo, debido a su prestigio enciclopédico en estos tiempos utilitarios que corren. Y, finalmente, con varios cuerpos de desventaja, en una esquina de los suplementos literarios, se encuentra la poesía.
El libro nonato objeto de estas líneas se llama Deshabitados, lo publicará en breve la editorial granadina Maillot Amarillo y su autor o, mejor dicho, compilador es el poeta de Los Villares (Jaén) Juan Carlos Abril. Se trata de una antología de la poesía española más joven, un volumen donde aparecen autores ya consagrados y con una obra importante a sus espaldas como Carlos Pardo, Juan Carlos Abril -que actúa de antólogo y antologado-, Yolanda Castaño, Elena Medel o Josep M. Rodríguez y otros con menos recorrido editorial, pero no menos interesantes, como Ana Gorría, Abraham Gragera, Juan Antonio Bernier o Rafael Espejo, entre otros.
Lo primero que llama la atención de Deshabitados es que no se trata de una antología al uso. Si en la mayoría de las publicaciones de esta naturaleza se concede un peso y un espacio mayor a los poemas en detrimento de las poéticas, es decir, de los principios que mueven la producción final del autor, en Deshabitados esta lógica se invierte radicalmente.
Este hecho un tanto atípico tiene su importancia por su novedad, pero sobre todo por su pertinencia. Muy probablemente sin estos textos previos explicativos muchos de los poemas que aparecen en Deshabitados correrían el riesgo de pasar desapercibidos e incluso incomprendidos para un gran número de lectores, puesto que plantean un horizonte interpretativo radicalmente diferente al habitual basado en una mirada posmoderna de la realidad.
Tradicionalmente la literatura ha aspirado a erigirse en ordenadora de la realidad caótica que nos rodea, manipulándola y estableciendo su ficción como extracto verosímil de la vida. A esto es a lo que se refiere la historia de la literatura cuando habla de realismo en cualquiera de sus vertientes. Los lectores, por su parte, se han adherido a este concepto y desde tal perspectiva han interpretado y tolerado las producciones literarias, desde la narrativa hasta la lírica.
Sin embargo, los poemas que aparecen en Deshabitados dejan cabos sueltos en su narratividad, echan mano una y otra vez de la elipsis, mezclan técnicas propias de diferentes géneros artísticos -de la pintura a la música, del cine al cómic, -, introducen un personaje poético poliédrico y hueco al mismo tiempo, exploran los fogonazos del haiku o la duda metódica de la mirada irónica, etcétera. En definitiva, contemplan la realidad con ojos posmodernos y la reproducen tal cual.
Los poetas de Deshabitados objetivan en sus poemas un concepto diferente de realismo más fiel a su auténtico significado, es decir, reproducción fiel de la vida. No ordenan la realidad, no la manipulan para darle sentido, porque o no lo tiene o simplemente hay que buscarlo en su fluir ilógico, incoherente, caótico, que aspira a ser exactamente el mismo que el fluir de los poemas que aparecen en la antología de Juan Carlos Abril.
Los compañeros de viaje de Deshabitados crean así otro modo de realismo que reproduce la condición fragmentaria de la vida y que, paradójicamente, muchos de sus lectores, si no fuera por las poéticas que aparecen en esta antología, interpretarían erróneamente como irracionalismo, vanguardia o cualquiera de los calificativos que la historia de la literatura ha reservado para las prácticas poéticas que se han alejado del concepto tradicional de realismo literario.
Cohabitación
Los poetas marcan de este modo un camino diferente al habitual en la historia de la poesía española más reciente. Pero esta vez no se vive, afortunadamente, esta teórica superación del pasado en términos conflictivos. No se trata ahora de matar al padre o al abuelo, como ha sido costumbre en cada una de las rupturas de las que la historia de la literatura nos da noticia.
Además de esto, hay que añadir que, aunque todos los autores deshabitados parecen compartir rasgos comunes, son palpables las diferencias en maneras, tonos, voces, A pesar de ello y, otra vez, rompiendo algunas de las dinámicas más perniciosas del pasado, entre ellos se establece una cohabitación tranquila, respetuosa e interesada -en el sentido de comunión de intereses- alejada de las antiguas y no tan lejanas guerras literarias por las subvenciones, las jornadas o los congresos.
Ahora se trata de devolver al debate poético los asuntos estrictamente literarios -la calidad de la obra- y olvidar otros intereses parapoéticos espurios. O, al menos, esas son las expectativas que uno puede crearse una vez vuelta la última página de Deshabitados.