Los docentes no cuentan
MANUEL VERA BORJA
Actualizado:Hoy es el Día Mundial del Docente bajo el lema Los docentes sí cuentan. Probablemente son pocos los que lo saben, porque a la gente no le importan demasiado los problemas de la educación (sólo el 5% de los españoles según el CIS) a no ser que los sufran en sus carnes. Pero es un enorme problema o desafío, cuya mayor zona de riesgo es la Secundaria, en la que se agudizan los problemas por la concurrencia en el aula de la adolescencia, el fracaso escolar y la conflictividad. Frente a veintitantos pupitres hay una persona intentando cada día un desafío: irse a casa con la convicción de que ha merecido la pena, que ha conseguido ver un destello en los ojos de algunos de sus alumnos que le corroboran que su trabajo tiene sentido.
Dicho así, puede resultar un poco exagerado, pero en el fondo ésa es la mayor satisfacción para una profesión tan vocacional como ésta, donde nueve de cada diez no se sienten valorados por la sociedad (ni por la Administración), pero sólo dos de cada diez han pensado en cambiar de oficio (Encuesta Fuhem, 2007). No es que no les preocupe el sueldo (aspiran a no perder, al menos, poder adquisitivo), pero lo que de verdad piden a gritos es reconocimiento social. Antes, el respeto, la autoridad y el reconocimiento parecían inherentes a los roles. Hoy, la pérdida de autoridad de los profesores frente a sus alumnos, derivada de la de los padres frente a sus hijos, ha convertido el aula en el escenario de una lucha diaria para ganarse el respeto y conseguir la atención y el imprescindible silencio.
El poco tiempo del que los padres disponen o dedican a sus hijos, concentra cada vez más esta responsabilidad en los docentes. Ellos y los alumnos lo saben y por ello conceden en la educación mayor importancia a la escuela que a la familia. Sólo los padres no lo ven así. Tampoco parecen darse cuenta de que no negarles casi nada a sus hijos (llevados quizás de su mala conciencia) los aleja de la virtud del esfuerzo, los infantiliza y con frecuencia los convierte en pequeños tiranos. En un mundo de abundancia, donde todo puede comprarse, el esfuerzo parece algo extraño. Y sin embargo, la educación exige esfuerzo para luchar contra la tiranía de la ignorancia. El mensaje que reciben de los medios, sobre todo las series de la tele (a la que se ha transferido buena parte de la autoridad) es con frecuencia bochornoso y en la realidad triunfan también los modelos referencia que alaban el pasotismo, la precocidad y el hiperconsumo.
En el libro El profesor en la trinchera (Sánchez Tortosa, La esfera de los libros, 2008) este esforzado educador defiende la tesis de que en Secundaria los alumnos esforzados son los auténticos rebeldes, no los que se dejan esclavizar por su ignorancia y mediocridad. Añado que el héroe es el que hace posible este milagro cotidiano que la sociedad no valora. Hay gente quemada en el intento y burócratas de la tiza, pero a la mayoría les pierde la vocación, en la que subyace lo mejor de la humanidad: la pasión casi mística por la transmisión del conocimiento a la generación siguiente, para conservar lo mejor de lo que somos, para sacarnos de la molicie de la ignorancia.