Ctrl, F1, Intro
Se especula mucho estos días sobre si el mundo que surgirá tras la crisis va a ser un mundo nuevo o, simplemente, una secuela del que parece tocar a su fin. Ni se nos ocurra acudir en busca de respuestas a quienes supuestamente deberían saber. Ya no hay expertos. Y nuestros grandes conocimientos han desvelado, al fin, nuestras grandes ignorancias. Permanezcamos, pues, ante las pantallas a la espera de instrucciones. Acostumbrados a contemplar el mundo como espectadores pasivos, asumiremos el papel ¿nuevo, renovado o repetido? que se nos reasigne desde los centros de decisión planetarios. Nos sobra paciencia, hemos conectado bien con el conformismo y, posiblemente, estemos ya formateados de una vez por todas, para siempre. Si hay que adaptarse a lo nuevo que ha de venir, nos adaptamos; si hay que seguir adaptados a lo viejo, seguimos. ¿Quién no se ha depilado aún los sueños?
Actualizado:Este es el panorama previsible. Esta es la única opción que aparece al desplegar el menú que ha sido confeccionado para los ciudadanos y ciudadanas de las grandes, ¿y ricas?, democracias de Occidente. Andamos metidos de lleno en un cibermundo con apariencia de infinitas modalidades y variantes, pero que descansa, en última instancia, en un lenguaje binario (uno-cero, sí-no, blanco-negro, todo-nada ), un lenguaje máquina (lo detectó Lyotard cuando descendió a las turbias tripas de la postmodernidad), un lenguaje reductor, inequívoco, apropiado para sofisticados hardware, pero que potencia, ¿ahora lo vemos?, nuestra invalidez y nuestro miedo ante lo incierto.
Hemos permanecido demasiado tiempo sumergidos en esa anunciada sociedad líquida de nuestros días, anegados de propaganda. Ahora empezamos a entrever los resultados. Cada segundo de nuestra existencia cotidiana ha estado amenizado por tentadores mensajes que pusieron a prueba nuestras más íntimas convicciones. Mientras nuestros hermanos paupérrimos del mundo mostraban en televisión, ¿ahora también en YouTube?, sus perturbadoras barrigas preñadas por el hambre, para nosotros había sido creado un escenario de indecente abundancia. Se nos conectó la vida a la máquina de los cibersueños, con lo que a partir de entonces se hacía difícil, imposible, ir a la contra.
Y sucumbimos al susurro envolvente de tanta propuesta y de tanto consejo. No ya eran los medios de comunicación, ni las instituciones, ni los poderes económicos o políticos sino una atmósfera omnipresente que hemos venido respirando de manera imperceptible junto a las bocanadas de aire que encienden las células de nuestro cuerpo. De ahí el éxito de esta fábula en la que andamos comprometidos sin desearlo del todo, sin quererlo saber de manera cierta, sin clara conciencia del para qué de toda esta constelación de euforia ciega que se pretendió constituyera el decorado de fondo de nuestras vidas. Más nunca se pudo sofocar del todo la llama de la sospecha, y, ocasionalmente, como en estos momentos de negros augurios y de carnes abiertas, sentimos como si un puñado de sal cayese sobre la herida causada por tanta condescendencia. En realidad, el miedo es a que se rompa el encantamiento y nos veamos desnudos ante nosotros mismos.
Galileo consiguió convencer a la sociedad de su tiempo de que el libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos, y que, por tanto, es posible arrancarle sus secretos mediante la formulación adecuada. Esta convicción constituyó en su tiempo un subidón de adrenalina para una Humanidad harta de metafísica y de teología. A nosotros, cibernautas del XXI, se nos había convencido igualmente de que cualquier interrogante opaco se podría abrir con los comandos adecuados del ordenador. Pero por más que lo intento, el programa no responde: tecleo Ctrl, F1, intro, y nada...