Cabales gestores y administradores
Ahondar en la genealogía de los Cabrera implica remontarse al medievo y principios del Renacimiento
Actualizado: GuardarCorrían las décadas de los 60, 70 e incluso los 80 del pasado siglo en las que la boyante economía del Jerez se llevaba con una simple máquina de escribir, papeles de calco kores y unos hermosos libros de contabilidad donde los escribientes y eméritos dibujaban a plumilla en impecables páginas regladas, las ventas, gastos y estados de cuenta de las bodegas, cuyos resultados en tinta roja y letra inglesa eran asentados con lujo de detalle y al céntimo. Por lo general, estos libros se les presentaban a los administradores, los que hacían las cuentas de resultados para el pago de los impuestos.
Tal era la labor de aquellos cabales gestores y administradores de fincas y negocios, cuya probada honradez de años forjaba en cada familia y empresa tan profunda confianza, que todo era puesto en sus blancas manos, incluso antes que a los socios y miembros de las propias familias. De entre ellos, por su trabajo, trayectoria y personalidad, destacamos a Antonio Cabrera, cuyo distinguido apellido merece ser traído a las páginas de LA VOZ, por lo que haremos una somera descripción histórica de su procedencia, a la que por su humildad nunca quiso nuestro personaje referirse, porque era lejano a su forma de ser y de actuar en la vida, aspecto éste que ahora, a unos meses del segundo aniversario de su muerte, me parece digno de reseñar porque enaltece, si cabe, más aun su persona y la de toda su familia.
Ahondar en la genealogía y en la heráldica de la familia Cabrera es sumamente prolijo y laborioso porque significa retrotraerse al medievo y principios del Renacimiento. En su rama catalana se remontan al siglo X, siendo en la Edad Media una familia reinante, ostentando múltiples cargos y títulos como Vizcondes de Cabrera (antes Vizcondes de Gerona). Poseyendo también los Vizcondados de Ager y de Bas y el Condado de Osona, llegando a reinar por herencia sobre el Condado Soberano de Urgel a partir del año 1222. Los Cabreras catalanes se extinguieron por la línea de varón en el año 1565, aunque la familia descendiente por la línea de mujer forma parte de la actual Familia Real Española (a través de las Casas de Antillón, Entesa, Aragón, Austria y Borbón) o la de los Duques de Medinaceli (actuales Vizcondes de Cabrera). La extinción de los Cabrera catalanes no supuso, sin embargo, la desaparición del apellido Cabrera, que, esparcidos por varias provincias españolas, han entroncado con otros apellidos combinándolos, como es el caso de los Ponce de Cabrera que adoptaron el de Ponce de León en honor a su madre, hija natural del Rey Alfonso IX de León.
Los últimos ascendientes directos de Jerez proceden de la Villa de Macharaviaya (Málaga) y de su anejo Benaque, donde en tiempos de la Reconquista recibieron tierras en el repartimiento de los Reyes Católicos. En dicha villa y junto a los Gálvez, los Cabrera conservan casa solar con blasón y escudo de armas que ilustramos en este artículo.
Nació Antonio Cabrera Alarcón en Cádiz el 23 de Marzo de 1921, en la calle Trille. Al trasladarse sus padres a Jerez estudió con los hermanos de La Salle en el colegio de San José en la Porvera, pasando luego a la Escuela de Comercio, donde hizo la carrera de Profesor Mercantil, obteniendo dicha titulación con brillantez, quedándose de profesor adjunto en la cátedra de Juan José del Junco y Reyes.
Tenía Antonio Cabrera unas particularísimas características que doraban su personalidad y que hacían distinguirle sobremanera. Los que tuvimos la oportunidad de disfrutar de su amistad recordamos ante todo su bondad, porque era esencialmente un hombre bueno, de sentimientos nobles. Debido a su gran humanidad, conversación afable y bonachona, los que no lo conocían podían confundirse, ya que su condición de hombre bueno no estaba reñida con una aguda inteligencia, perspicacia y memoria de elefante, por lo que su archivo intelectivo siempre estaba relacionado con personas y hechos. Así, si se hablaba de alguien, él hacía una minuciosa descripción de la persona, como de las circunstancias que la rodeaban en el momento en que la conoció: fincas, negocios, tratos, herencias testamentarias, etc Pero igualmente de los problemas que tenía, en tal o cual finca o con los trabajadores o Hacienda, cómo se solucionaron ó cómo se hicieron las partes Y todo con la debida discreción y respeto, ya que el silencio era otro de sus inteligentes recursos, recurriendo a la tangente, por la que se salía con su amplio y memorizado anecdotario, del que podríamos escribir todo un compendio.
Fue un hombre comprometido con Jerez y con cualquier causa por la que hubiera que luchar en pro de nuestra ciudad, por la que no dudaba en meter el hombro apostando por ella, ofreciéndose personal y económicamente, buscando el capital humano necesario, implicando a otros que por amistad o por relación profesional le debían favores, comprometiéndolos también en la causa. Así, hubo quien por su incondicionalidad y cariño siempre anduvo inmerso en casos en los que Antonio lo requería para poner a flote o salvaguardar a entidades emblemáticas de nuestra ciudad, como el Casino Jerezano o el Jerez Club Deportivo. Tal fue el caso de su hermano Aurelio Cabrera, implicado por él y por Jerez en asuntos a veces de difícil solución. Fue presidente de la fundación benéfica Andrés Ferean, con cuyos fondos construyó una casa para señoras mayores que sin recursos económicos una vez jubiladas o enviudadas no tenían donde vivir y que ubicada en el barrio de San Miguel. En ella residen hoy dignamente veinte señoras por una módica mensualidad.
Antonio socorría sobre todo a los conventos, siendo incontables sus obras de caridad, porque en este aspecto su mano izquierda nunca supo lo que hacía su derecha.
Se podrían contar por cientos -¿quizá miles?- los alumnos que tuvo Antonio Cabrera en la Escuela de Comercio, de los que un gran número ejercen hoy día como excelentes profesionales por todo el territorio nacional. Con los que hemos contactado en nuestra ciudad, todos conservan un buen recuerdo y coinciden en las excelencias de su persona, su bondad y su comprensión, pero a su vez su rigor y seriedad profesional. También destacan de él su sentido del humor, siempre inteligente, a veces irónico y mordaz. Todos sus alumnos refieren el celoso afán que tenía por las asignaturas que impartía, las que consideraba esenciales. Hasta el extremo que en cierta ocasión, que por razones extra académicas los alumnos se declararon en huelga, los convocó diciéndoles: «Aunque estemos en huelga, ustedes no dejen de estudiar mi asignatura -que era Contabilidad- que es la que os van a pedir cuando terminen su carrera; así que, como sois pocos y aquí no podemos darla, véngase a mi casa todas las tardes, que allí continuaremos». Y así fue que el patio de su casa de la calle Honda 17 se llenaba todos los días de alumnos a los que Antonio, a pesar de la huelga, dio la asignatura completa.
Se casó con Joaquina Gómez, de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos: Angelita, Montsalú, Virginia, Nena y Leopoldo. Además de ilustre profesor de la Escuela de Comercio, fue asesor fiscal de numerosas entidades y empresas jerezanas, siendo administrador de la familia Domecq de la Riva.
Gran aficionado a los toros, su presencia era habitual en barrera en todos los abonos de Jerez y El Puerto. Así como también en las celebraciones festivas y religiosas. Desde que enviudó vivió con su hija Virginia, quien lo cuidó hasta el final de sus días. Falleció el 27 de enero de 2007, dejando un vacío en el sector de los asesores fiscales y una gran conmoción y tristeza entre sus familiares y amigos.