Entre dos banderas
Vivo en una costa atlántica entre dos banderas, a levante desde el estrecho la inglesa de Gibraltar, a poniente la norteamericana de Rota. Vivo en Puerto Real, una real villa que asienta su población en el saco de la Bahía, integrándose entre caños, agua estancada de los esteros y fangos donde crece la sapina como flor de sal. Al norte, refugiándose del frío aire, el pueblo se toca con un extenso pinar, Las Canteras, origen de piedras ostioneras que dieron base a pilares ecuménicos gaditanos. En Puerto Real se habla un andaluz ceceante con reminiscencias ultramarinas y repleto de adornos relacionados con la construcción naval. Un cececo acusado y denunciante de un pasado árabe, los académicos dirían que árabe hispánico, yo diría mejor, andalusí.
Actualizado: GuardarPaseo por la Punta del Muelle, donde saltan los chiquillos sobre el caño que espejea al sol. Sobre los restos mohosos de un antiguo noray asienta sus posaderas un anciano que con sedal y potera que intenta engañar a los chocos. Es época de celo y se querencian los machos que están rodando la potera, pero al parecer los jibios no están tan salidos como para admitir la quimera y el viejo se distrae viendo como submarinean las lisas que verdean entre la sapina que trae la marea.
Somos gente amable y hospitalaria. La cuadrícula romana que teje nuestras calles del centro urbano hace que los puertorrealeños suplamos con placer en cada esquina la labor del guardia municipal, con amabilidad cedemos el paso a vehículos. El viajero no debe extrañarse de esta hospitalidad que pudiera resultar excesiva a los que no han comprendido aún a los humildes hombres de Andalucía, que tantas veces, huyendo de su tierra, se han extendido por todo el mapa peninsular y media Europa, empujados por los motivos de siempre: «Librete Dios de la enfermedad que baja de Castilla y de la hambruna que sube de Andalucía».
Se puede entrar en cualquier bar, donde los hombres con los codos en el mostrador darán la bienvenida y aconsejarán un buen choco de la Bahía asado con limón y un vino de la tierra que hará fácil que se apure la botella sin sentir.
Y el levante, es el milagro que hace cuajar la sal. Si una mañana echas un racimo de uvas en el estero, al atardecer lo puedes sacar cristalizado como el mármol. Así es mi pueblo. Y aunque parezca un entorno idílico, por dejadez de los gobernantes municipales es, además, el más sucio de la Bahía. Podría ser la niña bonita pero es la pequeña Habana, abandonada, olvidada y dejada, como el interés y la responsabilidad de su alcalde, que mira hacia otros lares con otras banderas..
Ángel C. Gómez de la Torre. Puerto Real