Dignos de admiración
Las grandes figuras deportivas como Nadal, Gasol o Raúl provocan un afán imitador entre los pequeños. Pero, ojo, en el Olimpo también hay zoquetes iletrados
Actualizado: GuardarSeguramente la imagen de Manuel Santana fue la que despertó un día la afición al tenis en Manolo Orantes, quien a su vez arrastró a las pistas años después a los hermanos Sánchez Vicario, que más tarde influirían en la vocación de Sergi Bruguera y Álex Corretja, y así sucesivamente hasta llegar al artífice de que España vuelva a jugar la final de la Copa Davis, Rafa Na-dal, pasando previamente por Juan Carlos Ferrero y varios más. Esta cadena de idolatrías ha sido determinante en el deporte de la raqueta, pero lo mismo cabría decir de muchas otras modalidades. Según los especialistas, el influjo de los triunfadores se cuenta como uno de los primeros motivos, si no el primero, del nacimiento del interés por la práctica deportiva entre los niños.
Es cierto que existen muchas razones para mirar con cautela la alta competición y cuanto la rodea. El mercantilismo, el dopaje, la exacerbada competitividad e, incluso, el riesgo para la salud son la otra cara de esas deslumbrantes carreras jalonadas de triunfos. Pero no menos evidente resulta el efecto motivador de los deportistas de élite en una sociedad cada vez más dada a la vida cómoda donde los niños corren el riesgo de convertirse en viejos precoces, apalancados ante la consola de videojuegos y víctimas del sobrepeso y la falta de ejercicio.
¿Son conscientes los ídolos deportivos del poder que ejercen sobre las decisiones de los más pequeños? Después de dejar el récord del mundo en 5,06 metros de altura, la pertiguista rusa Elena Isinbayeva confesaba su preocupación por dar buen ejemplo a los niños, como un obligado tributo de su popularidad.
No es infrecuente ver a muchas grandes figuras dando charlas en los colegios o participando en campañas cívicas de toda índole dirigidas a la infancia. Pero resulta difícil saber hasta dónde llegan las buenas intenciones y dónde comienzan las campañas de autopromoción, tan a menudo ligadas a intereses de marcas comerciales y patrocinadores.
Imitar, buen camino
Sea como fuere, el afán de emulación actúa como un poderoso elemento abastecedor no sólo de futuras estrellas sino también de practicantes de base. Las continuadas victorias de Indurain en el Tour de Francia dispararon las ventas de bicicletas tanto entre niños como entre adultos, y casos parecidos podrían contarse de otros deportes donde la aparición de un campeón ha creado escuela en su país, su comarca o su región. Muchos núcleos geográficos convertidos en viveros de deportes minoritarios tienen su origen en una figura local, un flautista de Hamelin cuyas huellas fueron seguidas por los más pequeños.
Victoria y fama
Habría que analizar, sin embargo, qué clase de modelo se está promocionando al encumbrar al deportista victorioso y mostrarlo como ejemplo para los niños. En un plano estrictamente deportivo, la figura del campeón tiende a asociarse más con el éxito que con el esfuerzo, más con la fama que con la constancia, más con el brillo de las medallas que con la aspereza de la disciplina.
Lo visible es el 1% de inspiración genial, pero no el 99% de transpiración escondido en años y años de trabajo sacrificado. Muchos pequeños quedan deslumbrados por el resplandor fugaz de los trofeos, los pódiums y las aclamaciones de la muchedumbre, pero no tardan en descubrir que para eso hay que someterse a un duro trabajo y, lo que es peor, que sólo los mejor dotados llegarán a la cumbre. Entonces sobrevienen los abandonos y lo que en principio había sido un poderoso imán se convierte en fuente de frustración.
Frustrante resulta también observar el lado oculto de los ídolos con pies de barro que ofrecen modelos poco edificantes a sus admiradores. Cuando el niño se acerca a pedir un autógrafo al jugador cuyo nombre lleva grabado en la camiseta y como respuesta recibe un manotazo de desprecio, todo se le viene abajo. Afortunadamente bastantes de las grandes estrellas del momento son conscientes de la repercusión que pueden tener sus pequeños gestos y, espontánea o calculadamente, cultivan una imagen cercana, humilde y sencilla que contrasta con la arrogancia chulesca del divo. Los dioses saben que es más rentable bajar del Olimpo y comportarse como tipos normales que ganarse la reputación de arrogantes.
Componente emocional
Y es que en el deporte, como en otras idolatrías, la relación entre los dioses y sus seguidores tiene un componente emocional mucho más fuerte que el de la emulación directa. Al lado de unos pocos que siguen diciendo «de mayor quiero ser como...», están quienes, sin plantearse alcanzar las gestas laboriosas e imposibles del ídolo, se conforman con actuar como él en otros órdenes de la vida. Es ahí donde las marcas comerciales han encontrado el gran filón. El efecto póster se materializa más en las indumentarias que en la práctica deportiva. Un consejo comercial de la estrella -aunque anuncie natillas o calcetines- consigue más adeptos que una canasta, un drive o un certero disparo a gol.
El ídolo ha pasado a ser el gran reclamo publicitario, más que un modelo de conducta deportiva. Y tal vez sea preferible así si se tiene en cuenta que, al lado de hombres y mujeres admirables forjados en el tesón, la vida saludable y los valores del fair-play, en el Olimpo siguen colándose zoquetes iletrados que presumen de haber llegado a lo más alto sin leer un solo libro o niñatos engreídos que se creen los reyes de la fiesta sólo porque la naturaleza les ha dotado de una privilegiada masa muscular y cierta habilidad para el toque de balón.