Jerez

Pilar en la plaza de oriente

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ilar está donde yo, en la cincuentena. Y, difícil se me hace que guarde recuerdo vívido de cuando Franco, desde el balcón del Palacio Real, se dirigía en el verano del 62 a las muchedumbres congregadas, con voz vibrante de disco de pizarra, diciendo: «Españoles todos: el contubernio judeomasónico reunido en Munich quiere romper los sólidos muros de la Patria». Pero, es seguro que guarda el recuerdo en blanco y negro, que vio en el No&Do o en España Siglo XX, de cómo gustaba al Dictador de darse baños de multitudes de tarde en tarde -arreglado a los usos higiénicos que fueron de esa época- y de él ha tomado las sales necesarias para convocar a sus adeptos y de ellos hacer recuento al socaire de no sé qué milonga o discurso sobre la economía de la ciudad, y que es copia o remedo, me dicen, del de un reciente Pleno. Al margen de que el discurso comenzaba, según cuentan, como el propio Generalísimo, a oler a naftalina, no es difícil de establecer paralelismos entre el uso que de aquel balcón hacía el viejo y del apaño que del atril de su partido hace la joven. Lo usan poco, sólo para ocasiones de lucimiento y algo de boato; y/o, para lucir glamour y, así, era de ver el General con sus bandas y sus galones y sus estrellas, y cómo luce ésta sus chaquetitas toreras y sus mejores mechas. Aquel, el contubernio, reunió a diversa gente, desde monárquicos, a derecha nacionalista, democristianos, sociatas de varia laya, comunistas y hasta librepensadores -con lo difícil que éstos están de encontrar- y así hasta 118 representantes de españoles de dentro y del exilio. Suficientes para que, a su final, Salvador de Madariaga pudiera decir: «Hoy ha terminado la Guerra». Con todo, más gente reunió Franco en la Plaza de Oriente, que los llevó en autobús y con pancartas finamente elaboradas por la Sesión Femenina, para arropar su soledad. Ahora, en el punto de la sociedad de la información, dicen que al atril de su partido los lleva Pilar a golpe de teléfono, y desde salva sean las partes, que antes no sé yo si se organizaba y repartía bastimentos desde El Pardo. Siempre hubo clases y, hasta clases de temores. Y extraña ver a Pilar, que debió asistir a aquella convocatoria del 62, con sus cuatro añitos, como militanta ya de alguna célula púber anarquista, o quien sabe si de más allá, hacer uso de ese atril, que niega a sus compañeros, bañándose en multitudes, sin vergüenza, como una ninfa, y rodeada de los suyos, como se suele iniciar el texto de un obituario.