Ojos de lluvia
El demostró que se puede ser buen profesional, buen esposo, buena persona y, para más inri, guapo (pero guapo de desmayarse) hasta los ochenta. El viernes pasado murió en su casa, rodeado de su familia y tras haber «puesto orden en sus cosas» uno de los hombres más deseados y admirados del cine.
Actualizado: GuardarPaul Newman, el de los ojos de lluvia, fue el inolvidable y atormentado Brick Pollit de La gata sobre el tejado de cinc, el buscavidas Eddie Felson de El buscavidas y El color del dinero, el romántico pistolero Butch Cassidy de Dos hombres y un destino, el gigoló Chance Wayne, que acaba seduciéndonos -a pesar de todo- en Dulce pájaro de juventud, Frank Galvin, el abogado que busca su rehabilitación profesional y personal tras una vida de fracasos en Veredicto final... Fue un ciento de personajes, siempre iluminado por el genio que se vislumbraba tras esos ojos imposiblemente azules. Pero ningún nombre, ningún papel le cuadraba como el suyo: Paul Leonard Wayne, el hombre bueno que dedicaba los beneficios de sus empresas a causas benéficas, que instituyó fundaciones para proteger a las víctimas de la droga y para ayudar a niños con enfermedades terminales, que defendió el medio ambiente y se comprometió a por el desarme, y que, con Joanne Woodward, su esposa durante cincuenta años, componía la estampa de la pareja enamorada y bien avenida a la que todos aspiramos, tan perfecta que ni siquiera provocaba el desabrido sentimiento de la envidia.
Hay personas a quienes la naturaleza y la existencia adornan con las mejores facultades y las desperdician; pero hay personas que sacan partido de cada virtud, de cada ventaja, y se convierten en referencia para el resto de la humanidad. Paul Newman fue de ésos. Y le seguimos amando.