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Crisis económica y democrática

La derrota del plan anticrisis en el Congreso de los Estados Unidos ha sido no sólo un revés para la comunidad internacional, que ve cómo se aplaza la operación de salvamento del sistema financiero, sino también una puesta en cuestión del liderazgo político en los Estados Unidos. La ley que debía haber habilitado al Tesoro a inyectar 700.000 millones de dólares a la economía USA mediante la compra de activos contaminados fue consensuada en la noche del domingo por los líderes parlamentarios, que matizaron cuidadosamente la propuesta para diluir en lo posible la sensación de que tan colosal ayuda estaba exclusivamente encaminada a salvar Wall Street, es decir, a los ricos norteamericanos; así por ejemplo, en la última redacción del proyecto ya se contemplaban también ciertos auxilios a las familias desahuciadas por no poder pagar su hipoteca... Pero, finalmente, los congresistas se han desentendido del problema. Los demócratas hubieran podido sacar adelante la ley por sí mismos ya disponen de la mayoría absoluta, pero no han querido cargar con todo el peso de tamaña responsabilidad (140 parlamentarios votaron afirmativamente y 95 en contra). Y los republicanos han dejado a su jefe de filas, el nefasto presidente Bush, en la estacada (133 han votado en contra y sólo 65 a favor). Pero no sólo Bush ha quedado en ridículo: también ambos candidatos presidenciales, McCain y Obama, que habían pedido el sí al rescate.

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Todo indica que los dos grandes partidos volverán a intentarlo a corto plazo ya que los síntomas de la economía norteamericana, que arrastra al sistema global hacia el pozo, son cada vez más alarmantes. Pero lo sucedido dejará huella porque ha constatado un doble fracaso: el de un modelo capitalista sin frenos que ha entrado en crisis y que no puede sobrevivir sin la ayuda del sector público, y el de un sistema democrático inoperante en que los representantes populares están más atentos a su propia popularidad que a los grandes asuntos de Estado.

Es evidente, en todo caso, que el liderazgo que ahora se echa en falta no ha de provenir tan sólo de la representación otorgada: requiere ciertas aptitudes superiores que Bush no posee.

La impotencia norteamericana para frenar la crisis pone además de manifiesto la impotencia de la comunidad internacional para sostenerse en pie cuando vacila el gigante norteamericano. Europa es incapaz de salir en socorro del deterioro USA o de mantener autonomía con respecto a las crisis trasatlánticas. Las tentativas de ofrecer una respuesta a la crisis, ahora emprendidas por Sarkozy, son más gestos para tranquilizar a la opinión pública que decisiones para enfrentar el problema.

Es evidente que los Estados Unidos deben rectificar y también lo es que los demás actores de la globalización -Europa incluida- no seremos consultados siquiera en la implementación de tal reforma.

Ha de avanzarse hacia un modelo cooperativo que obligue a todos los actores del mercado global a adoptar determinadas pautas y cautelas. El G-8 debería tener, en adelante, un papel más incisivo y vinculante. Si la globalización es un hecho resulta que no es sostenible un sistema en que la dejación del socio principal produzca una catástrofe. La democracia debe encontrar poco a poco significado a escala planetaria.