La selva de cemento
La Policía autonómica catalana nunca ha estado más limpia: se lavó las manos cuando los hinchas, que son los animales más parecidos al hombre, derribaron verjas, se acometieron mutuamente y tiraron bengalas. «No se actuó para no propiciar males mayores», han dicho los Mossos que, acreditando su acreditado seny, prefirieron no intervenir en la batalla campal por el mejor procedimiento conocido: dejarle el campo libre a los contendientes.
Actualizado: GuardarMontjuic rememoró la tragedia de Sarriá, cuando un niño de 13 años, que iba por vez primera al fútbol acompañado de su padre, murió al recibir en el pecho el impacto de la bengala de socorro marítimo que un bestia había llevado al estadio para animar el partido.
Ser espectador se ha vuelto una profesión peligrosa. El domingo fueron detenidos 18 ultras del Sevilla que iban dispuestos a todo. Se habían vestido para la ocasión y no sólo llevaban a punto sus apasionadas laringes, sino que portaban estacas caseras y bates de béisbol junto a jubilosos cohetes, armas blancas de diversa dimensión y algún que otro spray, de esos que si se vierten en los ojos de los socios del equipo rival le enseñan a ver el fútbol de otra manera.
Dice Indro Montanelli que los griegos constituían un país de hinchas, pero debían de entender su partidismo de otro modo. En las Olimpiadas en vez de muertos se evitaba que los hubiera, ya que cuando empezaban se suspendían las guerras. Sería interesante comprobar cómo funcionan las cabezas de estos muchachos. No propongo que los decapiten, ojo, sino que los analicen.
No les importa ni la crisis financiera, ni la muerte de Paul Newman, ni el descontento de la Escala de Oficiales, ni el triunfo en Singapur de Fernando Alonso. Ellos son guerreros amateurs y completamente obtusos. Van a los estadios a pelearse gratis con otros congéneres. Y la verdad es que lo pasan en grande incluso en la comisaría.