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CRÍTICA DE TV

'Espacio'

Han empezado a pasearse por el cielo los astronautas chinos, justo cuando la NASA, la agencia espacial estadounidense, está celebrando sus bodas de oro con las estrellas. Y la principal invitada al banquete de aniversario, y al despliegue postolímpico, no puede ser otra que la televisión.

Javier Martín-Domínguez
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Todo visible, todo posible. La televisión nos hizo crédulos sobre lo inverosímil, y nos recondujo a la nueva religión del progreso continuo y del consumo.

Una vez que nos enseñó como se la conquistaba, pasamos de soñar con la Luna a comérnosla a bocados de supermercado. La televisión se convirtió en el paradigma del progreso, que nos apartaba de la fe porque ya no había nada en qué creer. Los sueños eran reales. El aparato habrá provocado más crisis de fe que el propio marxismo, arrumbado también ante el torrente de anuncios e incitaciones a los milagros comprados.

Volvamos a la NASA y su carrera, vía retrovisor. Empezó escondiendo los fracasos de sus cohetes, superados por los rusos y la perrita Laika. Pero se orbitó la tierra con John Glen a bordo, y por fin se llegó a la Luna. La televisión vivió así su momento de gloria, quizá nunca superado. En directo, desde el espacio. El territorio de Dios y los poetas tomados por el nuevo tótem. La cámara de televisión convertida en ojo del universo. El corazón en un puño, la Humanidad dando su salto para creer en sí misma,

Luego vendrían episodios menos fantasiosos y hasta más trágicos de la saga espacial, con la televisión como testigo privilegiado, en vilo con la reentrada en la atmósfera del Apolo XIII. Houston y el mundo tuvieron un problema de verdad. Y lo volverían a tener, con la desintegración del transbordador espacial.