ALEGRÍA. Paolo Bettini celebra el triunfo de Alessandro Ballan ante la mirada de Óscar Freire. / EFE
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Alessandro Ballan, un regalo de Bettini para Óscar Freire

Italia colocó a Cunego, Rebellin y al nuevo campeón en el grupo final

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Los ánimos en la selección española estaban bastante caldeados. Ya se sabe que cuando un ciclista llega a la meta después de 260 kilómetros, con el esfuerzo todavía hirviéndole en la sangre, suele decir lo que no quiere, o lo que no debe. El Campeonato del Mundo que debía de encumbrar a Óscar Freire o a Paolo Bettini se quedó en Italia. Una lástima.

Lo ganó Alessandro Ballan, un buen clasicómano, el vencedor de la etapa de la Vuelta a España que finalizó en La Rabassa, después un ataque a cuatro kilómetros de la meta. Italia hizo doblete puesto que Damiano Cunego, que ya había sido campeón del mundo juvenil, en 1999, en Verona, logró la medalla de plata. Y no consiguió el triplete con Rebellin por muy poco.

Cuando el maillot arco iris estaba en juego, cuando las medallas comenzaban a tener marcados sus nombres, las opciones españolas habían quedado reducidas a Joaquín Rodríguez. Muy poco bagaje, a pesar de que el corredor catalán hizo lo que pudo, que fue aguantar las embestidas de Davide Rebellin. Joaquín llevaba cinco vueltas sin oír nada, sin recibir órdenes por el pinganillo.

A la selección no le funcionó ni la tecnología, o eso es lo que decían los corredores. Purito Rodríguez lo explicaba de forma muy sencilla: «¿Qué hacía yo con Cunego, Rebellin y Ballan? Yo estaba allí, pero no era el que tenía estar». La tecnología pudo no funcionar, pero lo que no hubo fue piernas, fuerza. Ganó quien más se trabajó el mundial, quien estuvo en todo momento delante, atacando, endureciendo la carrera para dejar aislado a Óscar Freire.

Y lo consiguieron. No ganó Bettini, pero sí Italia, que es de lo que se trataba. Había que ver pasar a Bruseghin, Bosisio, Paolini y Tosatto. Eran como aviones. Ya se sabe que no todo en un Mundial es cuestión de fuerza.

Cuenta, y mucho, el corazón, la ilusión. Italia la tuvo desde que a mitad de la carrera se dio cuenta de que aquello iba muy lento y había que moverlo. Y vaya si lo hicieron. Se formaban y se terminaba escapadas en meros suspiros. Y España no aparecía por ningún lado. Luego sí, lo hizo Contador, pero sobre todo Garate y Joaquín Rodríguez, que se pegaron una paliza. No prosperaba ninguno de los intentos de Italia. Hasta Bettini, que abandona el ciclismo, atacó, varias veces. Se sacrificó para que ganará un compañero. Fue el regalo envenenado del italiano para Freire.

Cuando menos se pensaba, se formó el grupo que acabaría por jugarse el título mundial. Quedaban 40 kilómetros, Cunego, Rebellin, Joaquín Rodríguez, Wegman y Grivko formaron parte de él desde el principio. Ningún componente más de la selección se metería en él. Entrarían más corredores, Breschel, Van Avermaet, Lövkvist, entre otros. Según se iba acercando la meta, menos posibilidades había de medalla.

Con Samuel Sánchez en tierra de nadie, y Valverde junto a Freire, el oro volaba porque lo que se veía era que a Joaquín Rodríguez le habían dejado una tarea imposible de cumplir.

Italia mantenía todas sus opciones. Atacó con Rebellin, cuatro veces, tenía a Damiano Cunego para la llegada y acabó rematando con Ballan, que lanzó un ataque violento. En Varese no hubo más que una selección, Italia, que funcionó como lo hacía la selección hace unos años. Manejar más de una opción en un Mundial parece bueno, pero a la hora de obtener resultados se está volviendo contra un equipo, la selección española.