VUELTA DE HOJA

Barato, barato

Hay un moro en mi costa que pregona su abigarrada mercancía valiéndose de las dos palabras que domina en nuestro basto idioma.

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Desgraciadamente, son la misma. De cuentas no anda nada mal, pero su penuria de léxico es evidente. Mi moro amigo, que es muy trabajador y muy simpático y muy formal, sólo sabe decir «barato, barato». Por lo común, no miente, aunque todos sabemos ya que lo barato, barato, es caro, caro.

Un tipo admirable mi moro, autónomo que sonríe en cualquier época del año y no suda en agosto. Su sistema comercial va a ser parcialmente plagiado por la CEOE, que se dispone a abaratar la única cosa en la que ejerce su influencia: los despidos.

Según mi admirado Forges, los lagartos son desgraciados porque no tienen ni familia, ni municipio ni sindicato. Un triple infortunio que les hace posible ser felices al sol. Curiosamente, la petición de la CEOE de abaratar los despidos, sólo ha sido bien acogida entre los empresarios, pero no ha suscitado ningún entusiasmo ni entre el Gobierno, que está agobiado, ni entre los sindicatos, que están domesticados.

La llamada flexibilidad laboral quizá sea necesaria en épocas de crisis, que son toda las que suceden a tiempos de absurda opulencia, pero su aplicación ofrece inconvenientes graves: pedir la flexibilidad de los despidos presupone la elasticidad de los trabajadores y esa admirable condición no es común a todos, ya que la mayoría cuando se doblan hasta cierto límite, se rompen.

¿Qué hacemos con fragmentos de trabajadores, ahora que estamos a la cola de la eurozona en competitividad? Se necesita gente con mucha entereza para superar la situación y cuando se echa a un trabajador de su empresa, aunque se le regale un pañuelo para que se despida, suele utilizarlo para secarse las lágrimas. Sólo hay algo peor que tener un trabajo: no tenerlo.