Editorial

Rescate imprescindible

El acuerdo alcanzado entre republicanos y demócratas sobre los aspectos principales del plan de salvamento ante la crisis financiera en EE UU cosechó ayer su primer efecto positivo en las bolsas de ambos lados del Atlántico. Las medidas propuestas por Paulsen y Bernanke cuentan ya con poco menos que una satisfacción planetaria. La expresa coincidencia mostrada por el presidente Rodríguez Zapatero respecto a las mismas así lo demostró. Pero no conviene olvidar que se trata de una operación de rescate financiero dirigida a evitar más situaciones de caída libre, aunque difícilmente impedirá que la crisis continúe deslizándose por la pendiente de la recesión. El plan diseñado pretende atajar el problema de la solvencia financiera mediante la costosísima fórmula de aparcar los activos dañados en un fondo soportado por las arcas públicas. Pero en el fondo intenta recuperar la confianza a través de un compromiso político compartido por republicanos y demócratas en apoyo del sector financiero.

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En las últimas semanas ya ha tenido lugar una inyección de dólares y euros que, aun siendo imprescindible e incontestada, no ha conseguido que la confianza se recupere ni que los créditos se liberen para evitar la más que presumible cascada de efectos sobre las empresas. También por eso el gran desafío que tiene ante sí la aplicación del plan norteamericano es que sea capaz de activar en breve plazo la confianza del conjunto de la sociedad, empezando por la de las propias entidades financieras. Sólo así cobraría sentido el alto coste que implica la operación para el erario público y la injusta distribución de cargas y beneficios que ello supondrá para los distintos sectores de la población. Junto a ello, sólo una reacción positiva de los rectores de las grandes firmas de Wall Street podrá restablecer la confianza perdida en la gestión de quienes han hecho merecedores del reproche de la opinión pública.

La mera posibilidad de que EE UU recuperase de inmediato un mínimo de calma financiera constituiría un oportuno bálsamo para las dificultades por las que atraviesa el resto de las economías, empezando por la europea. Los líderes de las principales potencias y los gobiernos de los distintos países tienen en estos momentos la obligación de dirigirse a la sociedad con mensajes solventes y rigurosos que eviten tanto la precipitada exposición de ideas sugerentes, pero inconcretas, o sencillamente inviables hoy.