OPINIÓN

cortes de la nación española

A las nueve de la mañana, los diputados propietarios y suplentes que representaban los territorios de la Monarquía aquende y allende el océano, se congregaron en la sala capitular de las casas consistoriales, donde acordaron la fórmula del juramento a prestar en la ceremonia religiosa que se celebraría más tarde. A las nueve y media en punto, regentes y diputados se trasladaron en procesión cívica por la calle Real hacia la iglesia mayor parroquial de San Pedro y San Pablo, con la carrera cubierta por las tropas acantonadas. Las campanas tañían al paso del cortejo, mientras que el pueblo aclamaba a la comitiva y arrojaba flores y octavillas con canciones patrióticas desde balcones y azoteas.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En el interior del templo y bajo dosel, la Regencia ocupó un lugar preferencial. La misa votiva del Espíritu Santo fue celebrada por el cardenal Luis María de Borbón, arzobispo de Toledo y sobrino del rey Carlos III. Tras la lectura del evangelio, el presidente de la Regencia, Pedro de Quevedo y Quintano, obispo de Orense, efectuó una sencilla exhortación, a cuya conclusión tomó la palabra Nicolás María de Sierra, Secretario de Estado de Gracia y Justicia, como Notario Mayor del Reino, para tomar juramento a los diputados. Pronunció la fórmula acordada aquella mañana: «¿Juráis la santa religión católica, apostólica, romana sin admitir otra alguna en estos reinos?» «¿Juráis conservar en su integridad la nación española y no omitir medio alguno para liberarla de sus injustos opresores?» «¿Juráis conservar a nuestro amado soberano, el señor don Fernando VII todos sus dominios y en su defecto a sus legítimos sucesores, y hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarlo del cautiverio y colocarlo en el trono?» «¿Juráis desempeñar fiel y legalmente el encargo que la nación ha puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien común?». Los diputados respondieron: «Sí, juramos», y pasaron de dos en dos a tocar el libro de los santos evangelios. El presidente finalizó el acto del juramento diciendo: «Si así lo hiciereis, Dios os lo premie; y si no, os lo demande». A la ceremonia pusieron término los cantos solemnes de Veni Sancte Spiritus y Te Deum. El preciso instante de la toma del juramento fue el motivo escogido por el pintor palentino José Casado del Alisal para representarlo en un cuadro que le fue encargado en 1860. La obra figuró en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862 y se colocó posteriormente en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Después de finalizar el acto religioso, regentes y diputados se dirigieron, también en formación, hasta el pequeño teatro o casa-coliseo de comedias que se había convertido en Sala de Cortes, de cuya transformación se ocupó el ingeniero de Marina Antonio Prat, quien reformó y arregló el escenario y el patio de butacas, igualándolos, para así conseguir un hemiciclo elíptico, cuyo diámetro mayor fue de 26 varas castellanas y el diámetro menor de 14.

Media hora antes del mediodía, la primera línea de defensa -que era la más cercana al sitiador ejército napoleónico- hizo toda ella un saludo general desde el castillo de Sancti-Petri hasta el arsenal de La Carraca. Lo mismo realizaron los buques de guerra españoles, ingleses y siciliano, surtos en la bahía gaditana, que estaban engalanados en señal de alborozo con sus banderas largadas y gallardetes en los topes. A las cinco de la tarde, la primera línea repitió el saludo en unión de los buques de guerra españoles. Un tercer y último saludo fue efectuado al ponerse el sol. Mientras tanto, en el humilde teatro -convertido ya en templo de la patria-, los diputados que componían el Congreso, representantes de la nación española, debatieron el contenido del histórico primer decreto, que fue aprobado a las once de la noche. Se declaró que en las Cortes generales y extraordinarias residía la soberanía nacional. Fue en la villa de la Real Isla de León -luego ciudad de San Fernando- y en la memorable jornada del 24 de septiembre de 1810.