MAR ADENTRO

Contra el patio de los callados

Hace bien el Ayuntamiento de Cádiz en reconocer a una asociación de empresarios y comerciantes -la del Pópulo¯y a un músico de la talla del pianista Manolo Carrasco, mediante los premios Cádiz Promoción Turística 2008. Lo que no hace bien, ni este Ayuntamiento ni muchos otros, es condenar a la ley del silencio a muchos establecimientos que se atreven a programar música en vivo. ¿A quién puede molestar que una garganta se arranque por algo así, como Camarón, mientras un saxo busca a Charlie Bird Parker o a John Coltrane, durante una tarde de domingo o al anochecer de un jueves?

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Está el derecho al silencio, claro, que ya se vulnera bastante en carnaval y Semana Santa. Pero, ¿quien dijo que estas ciudades del sur fueran Harpo Marx? Claro que existe el derecho al silencio, pero no el deber de que en nuestros cafés y bares sólo se permita la mímica. Hay sistemas -y sobrados¯para insonorizar un local. Y no es lo mismo, desde luego, una discoteca chunda-chunda haciendo vibrar la solería del dormitorio que la voz tonadillera de Inma Márquez en el Levante o la cantautoría de los hermanos Lobo en La Cava. En El Puerto, sin ir más lejos, ya un grupo de músicos, entre quienes figura nuestro Javier Ruibal, ha mantenido reuniones con el Ayuntamiento para intentar atenuar esta mordaza absurda: los municipios se gastan un Potosí en traer a estrellas cantables y le cierran el grifo a garitos que dan el cante sin cargos para el erario público.

Las autoridades competentes nos hablarán, sin duda, de las directivas comunitarias: entonces, ¿por qué, si forma parte de la Unión Europea, las calles del centro de Lisboa se inundan de gente que consume copas de los bares fuera de ellos, mientras las terrazas de la tórrida Sevilla cierran en verano a eso de la medianoche, tan sólo pocos minutos después de que la ciudad haya dejado de ser un horno?. ¿Cómo podemos aplicarle la misma regla de tres en esta materia a Bristol que a Chipiona?

Me gusta El Pópulo a rebosar que aquel tristísimo barrio en ruinas de mi adolescencia. Y adoro la música de Manolo Carrasco, que merecería tener aún mayor nombradía estatal de la que hoy tiene. Por todo ello, en gran medida, quise contraer domicilio en Cádiz: por los comercios abiertos hasta las tantas, por los bares donde es posible que te sirvan una tapita de albondigas incluso más allá de la frontera de Cenicienta, y por los tugurios donde los jipíos del jondo, la cadencia de una bossa o un tango, permite esa otra hermosísima música de las conversaciones.

Pero está visto que quieren que Cádiz, que Andalucía, sea otra cosa. Que nos adaptemos al horario y a las costumbres de los países donde se hace de noche a las cuatro de la tarde. A este paso, lo veo venir, habrá más marcha en Bruselas que en Tarifa. Una de las primeras víctimas de este callados estamos más guapos fueron los karaokes. Han ido desapareciendo en susurros, sin banda sonora. Será por eso que a Pedro Geraldía, responsable de comunicación de la Universidad de Cádiz, pero viejo plusmarquista de esa modalidad deportivo-cantora, le ha dado un arrechucho que lo ha mandado a la UCI. Recóbrate, amigo mío, y no te lo tomes tan a la tremenda. Nadie ni nada logrará mandarnos antes de tiempo al patio de los callados.