SU MOMENTO. Ben Johnson levanta el dedo como número uno al ganar los 100 metros.
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Veinte años de un fraude

Hoy se cumplen dos décadas de la final de los 100 metros en los Juegos de Seúl, en la que Ben Johnson apabulló a Carl Lewis al ganar con 9,79 y después dio positivo por anabolizantes

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24 de septiembre de 1988. Las miradas se centran en el gran duelo de los Juegos Olímpicos de Seúl. La final de los 100 metros es la prueba más esperada, ya que reúne en la calle tres al Hijo del Viento, Carl Lewis, el rey de la velocidad desde sus cuatro medallas en Los Angeles'84, frente al plusmarquista mundial, el desafiante Ben Johnson. Los aficionados que llenan las gradas del estadio centran su atención en la recta, expectantes por ver la final más esperada de aquellos juegos. En la calle tres, Lewis, en la seis, Johnson. Se da la salida y el canadiense pasa a la historia al cruzar la línea de meta 9,79 segundos después, una marca sideral y una victoria incontestable, que le permite entrar con el brazo en alto humillando a su gran rival, Carl Lewis, que se conforma con la plata y su mejor marca personal: 9.92.

Hoy se cumplen 20 años de aquella carrera, probablemente la final de los 100 metros más recordada hasta que el pasado agosto Usain Bolt asombró con su plusmarca mundial en Pekín. Los Juegos de Seúl supusieron el auge y caída de Ben Johnson, que asombró y decepcionó por igual al mundo del atletismo con su récord. Tras tocar el cielo, sólo pasaron 48 horas para caer en el abismo y desaparecer de la primera línea. Dos días después de ganar, se supo que el canadiense había dado positivo por anabolizantes, con lo cual tuvo que abandonar Corea del Sur y devolver una medalla que fue a parar a su gran rival: Carl Lewis.

La final de Seúl supuso el momento cumbre del duelo entre los dos grandes de la velocidad de la década de los ochenta. Y no sólo por sus marcas y su calidad, sino por lo que representaban ambos entonces. Carl Lewis era el rey, el espectáculo mediático, el velocista de Estados Unidos que acaparaba titulares, la reencarnación de Jesse Owens. Ben Johnson era todo lo contrario. El glamour contra la fuerza bruta. Introvertido, con un carácter huraño, nacido en Jamaica y nacionalizado canadiense, nunca destacó por sus marcas hasta que en 1984, en Los Angeles, fue tercero en la final que ganó Lewis. Ahí surgió el primer gran desencuentro entre ambos. El ganador, al ser preguntado por Johnson, respondió: «Ben, ¿qué?».

Esa respuesta desató la ira del canadiense, que no descansó hasta doblegar al tetracampeón olímpico. En los siguientes años, Johnson ganó en masa muscular hasta convertirse en el velocista más potente de todos. Una bestia que comenzó a rondar el récord de Calvin Smith (9.93) hasta que el 30 de agosto de 1987 se produjo el primer gran duelo. En el Mundial de Roma, y con los aficionados divididos, Johnson asombró al mundo al ganar con 9,84, nuevo récord mundial.

Pero todavía estaba por llegar lo mejor. Un año después, cita olímpica. El canadiense tiene un verano complicado, con lesiones que frenan su puesta a punto, mientras Lewis llega pletórico. Sin embargo, sobre la pista de Seúl Johnson vuela como nunca lo ha hecho nadie. Rompe todos los registros, tiene tiempo para mirar a sus rivales, para levantar su brazo derecho y para bajar de 9,80. Para hacerse una idea de lo que hizo el canadiense en aquella final, hay que recordar que Maurice Greene tardó 11 años en igualar los 9,79, y Asafa Powell 17 en bajar una centésima.

Dedicado al dopaje

Dos días después de dar la vuelta al estadio, el atletismo quedó conmocionado con la noticia: Ben Johnson abandona Seúl tras dar positivo por Stanozolol, un anabolizante. Aunque él aseguró que había sido víctima de un complot, lo cierto es que los análisis demostraron que llevaba largo tiempo consumiendo esteroides, algo que confesó al señalar que lo hacía desde 1983. Tras dos años de sanción intentó volver por sus fueros, pero sus marcas estaban muy alejadas de lo que había logrado. Fuera de la final en Barcelona'92, Johnson se recupera en el invierno de 1993, pero un nuevo positivo acaba con su vida deportiva.

Desde entonces, repartió su vida en intentos infructuosos por poder volver a correr, una tentativa en el fútbol americano y las críticas contra su gran enemigo, Carl Lewis, cuando el cerco del dopaje le amenazó en 2003. El pasado año volvió a las pistas como entrenador de Brandt Fralick y este año ha escrito un libro. Aunque siempre será recordado por su victoria en los Juegos de Seúl, un récord del mundo que fue un fraude.