Silencio roto
Luis Buñuel, uno de los cineastas andaluces más lúcidos, arriesgados e innovadores de su tiempo, solía afirmar con toda naturalidad: «En cine, lo más importante es no aburrir». Ahora, sin diálogos audibles, con el empleo sistemático de largos planos-secuencia captados con teleobjetivo, Tiro en la cabeza, el nuevo esfuerzo creativo del talentoso cineasta catalán Jaime Rosales, desconcierta y confunde. Sobre todo de cara a un público que no esté al tanto del problema vasco en general y del asesinato de dos guardias civiles en Capbreton en particular. Lo cual da paso a un cerebral experimento cinematográfico que funciona por impregnación, donde las imágenes intentan hablar por sí mismas, mientras la palabra es desechada prácticamente al completo. Y todos sabemos que la palabra no está hecha para cubrir la verdad, sino para decirla.
Actualizado:A partir de ahí, el filme de Rosales está lleno de tiempos muertos, de situaciones semidocumentales, captadas en apariencia al azar, sin que en ningún momento llegue a convencernos la valiente opción visual -tan legítima como otra cualquiera- elegida por el autor de La soledad. Tampoco hay emoción, esa singular pulsión vital, capaz de cicatrizar las heridas del alma, que permitan renacer los amores y las risas.
Excepto al final, con los sobrecogedores tiros en la nuca: único momento en el que sobran las palabras. Pero, en relación con el resto de la película, si nos quitan la palabra, ¿qué nos queda? Por eso, desde esta pequeña tienda crítica de la esquina, reivindicamos la palabra: símbolo de libertad. 'Tiro en la cabeza'