Toros

El Juli y Fundi salen a hombros en Barcelona en una gran tarde

Un día después de la apoteósis de Nimes, el joven torero cuaja un noble toro de Zalduendo Cortó dos orejas en un alarde de inspiración

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El Juli, desencadenado como una tempestad. Temple de acero, fibra, expresión. Un ímpetu formidable. Encaje insuperable para con el cuerpo entero torear a placer un nobilísimo toro de Zalduendo. El cuerpo entero: con el pecho, la cintura, los brazos, las muñecas y el cuello. Y con la muleta, naturalmente. Roto El Juli. Tanto como el día de vísperas en Nimes en la fiesta fantástica de sus diez años de alternativa. Tanto y más. Una faena de fino y agudo tino. La proverbial inteligencia de El Juli para adivinar desde el primer viaje el dónde y el cómo, y el cuánto y el cuándo del toro, que asomó con caro aire, y no engañaron las apariencias, pero sin apoyar bien del todo.

Con seis lances

Con sólo media docena de lances lo dejó El Juli fijado, asentado y picado de dos varas. Y eso fue prueba irrefutable de su maestría. Antes de llegarse al segundo minuto de pelea, ya estaba el toro, no sólo picado, sino banderilleado también con suma diligencia. Y brindado al público desde los medios. El segundo de corrida, siendo bondadoso, no tuvo casi nada que ver con este otro toro de la tormenta y, luego de arrastrarse, y de haberle cortado una oreja, El Juli hizo con la montera señas de que lo grande iba a llegar después. Cumplida la promesa.

Dos muletazos de tanteo, tres toques por delante sin pasar al toro sino sujetándolo sin más, y enseguida empezaron los truenos: Con la izquierda y por abajo, a la voz, jaleando El Juli al toro y enganchándolo sin tomarse ventajas ni rectificar un palmo.

Descaradamente. En los talones y en las puntillas el peso del cuerpo, que se fue adelante en los pases de pecho, el mentón casi violentado de tanto empuje, y se columpió ligero sobre cada uno de los viajes del toro, traído hacia dentro como a pulso. Primero fue cosa de medir las fuerzas del toro. Asentarlo y afirmarlo. Pero enseguida fue lo otro: El Juli echaba chispas. Cites con el pecho de frente, muy despatarrado en la perpendicular de las sienes del toro. En el momento del embroque, la pierna contraria adelante para dibujar en círculo y volver a enganchar al toro tras descubrirse.

El rimo, con su barroca melodía, fue trepidante. Pero no la velocidad. En cada pase ganaba El Juli calma. Y a cámara lenta llegaron los cambios de mano y los remates. Y hasta los desplantes, convertidos en suertes de recurso y fondo, no sólo de adorno y alarde. Las salidas del toro fueron de escalofrío.