Los espacios de la escritura
Antonio Cantizano -lector y escritor-, en la tertulia radiofónica Las tres eles, nos explicó detalladamente el miércoles pasado que, para leer de manera adecuada las obras de diferentes géneros literarios, además de elegir los tiempos oportunos, él selecciona los lugares que, a su juicio, son los más propicios: «en mi casa reservo un rincón para la poesía, otro para las novelas y otro para los ensayos». Pienso que esta decisión es acertada porque, como es sabido, las palabras, no sólo resuenan de maneras diferentes en cada uno de los escenarios, sino que, a veces, se llenan de distintos significados como nos ocurre, por ejemplo, si leemos un relato de Fernando Quiñones en el parque Genovés, en La Caleta, en la plaza de España o en la Biblioteca Provincial.
Actualizado: GuardarAprovecho este comentario para responder a la pregunta que me formula María José sobre los lugares favorables para escribir. Aunque ella se refiere a mi experiencia personal, le proporciono una contestación más amplia con el fin de sugerirle varias espacios concretos en los que pueda encontrar unos episodios jugosos que les sirvan como temas interesantes para elaborar poemas, relatos o artículos. Ignacio nos cuenta que, en sus ratos libres, sobre todo por las mañanas, se sienta ante un café con leche en la terraza del Bar Andalucía. Él está firmemente convencido de que muchos de los clientes asiduos de los bares y de las cafeterías situados en las proximidades de la gaditana plaza de Las Flores eligen este emplazamiento privilegiado por la excelente perspectiva que les proporciona para contemplar y para disfrutar con el desfile multicolor de la interminable cabalgata de los personajes más representativos y más populares de nuestra sociedad gaditana.
María Antonia prefiere, por el contrario, el mercado de pescado. Nos recuerda cómo Fernando Quiñones solía llevar allí a los escritores amigos, no sólo para que disfrutaran con esa amplia variedad de pescados frescos designados con nombres tan sugerentes como mujeres en cueros, tapaculos, japonesas, cachuchos o pijotas, sino también para que escucharan ese murmullo tan peculiar que allí suena de una manera parecida a los ecos rítmicos de las olas en nuestras playas durante el invierno. Él les aconsejaba que se fijaran, sobre todo, en las explicaciones de los pescaeros y en los ocurrentes comentarios de los clientes.
Gabriel suele acudir a la estación de autobuses. «Allí -me confiesa- presencia escenas que estimulan mi imaginación, sobre todo, los viernes por la tarde, cuando regresan a sus pueblos los estudiantes, los albañiles y las chicas de servicio. Cada uno de ellos, por su manera de vestir, de moverse y de gesticular, constituye el punto de partida de historias diferentes. José Tomás me confiesa que su lugar predilecto para inspirarse es la playa; me explica que, durante el verano, aunque no se baña, se entretiene contemplando, a los grupos de amigos que, durante toda la jornada, allí conviven: «Escucho a los hombres y a las mujeres que, mientras juegan al bingo, comentan las peripecias de sus parejas, de sus hijos y, sobre todo, de sus vecinos».
El lugar preferido por mí -querida María José- es el mar silencioso y atronador. En él encuentro el venero más fecundo de asuntos prodigiosos y la explicación de muchas de nuestras contradictorias pasiones: ahí residen las claves para comprender el sentido de nuestras actitudes públicas y de nuestra singular filosofía de la vida, de nuestro desacralizador sentido del humor, de nuestro dúctil relativismo, de nuestro ligero escepticismo, de nuestra capacidad de asimilación y, sobre todo, de nuestro liberalismo vagamente ácrata.