GUERRA. Agentes de la policia italiana buscan casquillos de bala junto al cadáver de uno de los asesinados. / AFP
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Dos emboscadas de la mafia napolitana dejan siete muertos, seis de ellos de origen africano Uno de los causantes de la matanza de Duisburgo cae en un hospital

Los asesinatos provocaron una revuelta de la comunidad negra que se echó a la calle Los carabinieri se disfrazaron de médicos para poder detener al jefe de la mafia calabresa

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Los goteos de asesinatos cotidianos del crimen organizado en Nápoles y su región, Campania, o en Calabria, ya no son noticia casi ni en Italia, pero de vez en cuando alguna barbaridad logra todavía atraer la atención. Como la ocurrida la noche del jueves en Castelvolturno, pequeño pueblo campano de 22.000 vecinos, situado al borde del mar y muy cerca de Lazio, la región de Roma. Se sucedieron dos emboscadas de la Camorra en apenas cinco minutos, con auténticos comandos de seis o siete personas, algunos de ellos con chalecos de la Policía, a bordo de motos y un coche. Dejaron siete muertos.

Probablemente el mismo grupo llevó a cabo los dos ataques, aunque aún se debe confirmar. Iban armados con un arsenal: en los más de 200 tiros que dispararon hay balas de Kalashnikov, pistolas Lugger y calibres 380 y 9x21, según la Policía. Parecen ajustes de cuentas o simples pruebas de fuerza en una guerra de clanes en ciernes. Pero hay una novedad: seis de los fallecidos eran africanos. Quizá entre ellos había implicados en tráfico de droga, pero el ataque fue indiscriminado contra una tienda y quien pasaba por allí. Es una señal contra la comunidad africana y los nuevos clanes nigerianos que intentan hacerse un hueco en el narcotráfico.

Las consecuencias también fueron nuevas. A los vecinos italianos ya ni se les ocurre abrir la boca, pero la población africana se echó ayer furiosa a la calle, a la luz del día, para protestar por los asesinatos. Decían que los fallecidos eran gente decente y lanzaron acusaciones de racismo. Lamentaban que han encontrado una guerra peor de la que dejaron en sus países. Se vivieron escenas de revuelta callejera con un centenar de manifestantes violentos. Tráfico cortado con contenedores, rotura de escaparates, coches volcados, piedras... Las autoridades tampoco pusieron demasiado de su parte para aplacar la movilización.

Territorio de los Casalesi

Castelvolturno puede parecer un villorrio sin importancia, pero es territorio del clan de los Casalesi, dueño de Caserta y alrededores. Es uno de los más temibles de la Camorra. Sus tentáculos se extienden a Roma, Milán y otras capitales del norte. Es el clan que ha amenazado al escritor Roberto Saviano, autor del superventas Gomorra. Baste decir que, con su modesto tamaño, este pueblo lleva 18 muertes violentas en pocos meses.

Por aquí, como en tantas zonas del sur de Italia, el Estado apenas existe. Y es que se pierde la vida por no aceptar los chantajes de la Camorra, por enfrentarse a un clan o por error. También mueren los arrepentidos y sus familiares. A veces se matan entre ellos.

La primera víctima del jueves fue un italiano, Antonio Celiento, de 53 años y dueño de una sala de juegos. Le dispararon un total de 20 tiros en la cara. Luego, a cinco kilómetros, hubo una masacre en toda regla en un taller de sastrería regentado por africanos. El comando abrió fuego a ráfagas contra todo lo que se movía dentro y alrededor de la tienda. Cinco personas murieron en el acto. Uno más, en el hospital. Otra sigue herida grave. Todos son africanos: tres de Ghana, dos de Liberia y uno de Togo. Uno de ellos simplemente estaba al volante de un coche en una zona cercana. El local era un centro de paso y reunión de la comunidad africana del pueblo.

¿A qué se debe toda esta sangre? Sobre el primer cadáver, el de nacionalidad italiana, la forma de su ejecución tiene el sello del castigo de la Camorra. Acerca de la muerte de los africanos hay dudas. El local, llamado Ob Ob Exotic Fashions, podría ser un centro de venta de droga encubierto. Como suele ocurrir, tras las detenciones de varios capos hay movimientos para llenar el vacío de poder. Así debe leerse, según la Policía, la última cadena de asesinatos, culminada el jueves.

Los nuevos jefes emergentes, dirigidos por Alessandro Cirillo, conocido también bajo el alias de O Sergente, y Giuseppe Setola, han emprendido una estrategia de terror y, en concreto, se proponen castigar a los clanes africanos que comenzaron a abastecerse de droga por canales propios y dejaron de pagarles comisión. El pasado jueves hubo otro capítulo destacado de historia mafiosa, pero en el apartado de la 'ndrangheta, la mafia calabresa. Carabinieri disfrazados de médicos entraron en una clínica de Pavía, en el norte de Italia, y arrestaron a Francesco Pelle, 31 años, llamado Ciccio Pakistano por su color de piel. Es uno de los jefes involucrados en la sangrienta guerra de clanes de la 'ndrangheta que culminó con la matanza del 15 de agosto de 2007 en la localidad alemana de Duisburgo. Por eso mismo al ver sacar las armas a unos médicos falsos pensó que había llegado su hora. Pero tuvo suerte, sólo era la Plociía.

Pelle, ingresado en el centro, estaba en ese momento navegando por Internet, buscando información sobre detección de micrófonos y escuchas telefónicas. También se solía comunicar con sus hombres a través de Skype, el sistema telefónico a través de la Red.

Pelle lleva año y medio huyendo de sus enemigos. Tiene mérito porque se mueve en silla de ruedas. Él es un eslabón decisivo en la cadena creciente del ojo por ojo que lleva a la masacre de Duisburgo desde hace dos décadas. En julio del año 2006 unos sicarios le dispararon cuatro tiros con una escopeta en un día muy bien elegido para destrozarle la vida: había vuelto del hospital con su hijo recién nacido. Pero no murió, quedó paralítico. Contra la voluntad de su clan, planeó la venganza. Esa misma Navidad un comando suyo disparó al jefe de los Nirta, pero fallaron y murió su esposa. La respuesta de los Nirta fue terrible: los seis muertos de Duisburgo.