ESPAÑA

Un mes de duelo

Nueve supervivientes de la tragedia siguen ingresados todavía en hospitales de Madrid

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La Sala de Autoridades de la T4 abrió sus puertas a las 15.07 del pasado 20 de agosto para recibir a los viajeros ilesos del MD-82 de Spanair. Nadie la utilizó. Lo que en principio Aena notificó a los bomberos de la Comunidad como una salida de pista ha sido la mayor catástrofe aérea de España en los últimos 25 años. 154 personas perdieron la vida y 18 lograron sobrevivir al impacto y a las llamas.

Un mes después de la tragedia los supervivientes y las familias de las víctimas intentan rehacer sus vidas. Su recuperación ha sido lenta. Nueve personas permanecen ingresadas en centros asistenciales de Madrid. Padres, hermanos, hijos y amigos de los fallecidos siguen su duelo sin comprender qué ocurrió en aquella pista y porqué les tocó la muerte a sus seres queridos.

La jornada fue larga. El JK5022 tenía previsto volar hacia las Palmas de Gran Canaria a la una de la tarde, pero una vez iniciado el rodaje por la pista 36L, el comandante Antonio García Luna decidió volver al aparcamiento porque había detectado un excesivo calentamiento en una sonda de temperatura. El problema fue resuelto por un técnico desconectando el aparato -tal como permite el manual de operaciones de Spanair- y el MD-82 inició su recorrido.

Cuando narran los últimos minutos a bordo, los heridos coinciden que el avión no tenía potencia al despegar. Antonia Martínez, la única sobreviviente de la tripulación, contó a la Guardia Civil que cuando la aeronave intentaba ganar altura notó que algo «raro» sucedía. Ligia Palomino, una médica del Samur rescatada por sus propios compañeros de trabajo, aseguró que el avión «dio un par de frenazos como si le costara coger velocidad». Beatriz Ojeda, canaria de 41 años, sólo fue consciente de que era un accidente cuando «el estomago me subió y me bajó, sentí golpes y oí gritos». Para salvarse no recuerda haber hecho nada especial, «sólo me agarré con fuerza a mi sillón -el 5D-». La reacción de Leandro Ortega fue similar. El joven de 22 años, residente en la localidad de Telde, en Las Palmas, se apoyó sobre el asiento delantero y escondió su cabeza.

La agonía fue menos larga pero no menos intensa para los familiares de los viajeros. Para acceder a la lista del pasaje y comprobar si sus seres queridos viajaban en el fatídico vuelo, tuvieron que esperar más de seis horas. Hasta el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, se implicó en la búsqueda. «Me da igual que seas el presidente de Spanair, yo soy el ministro y quiero la lista», le espetó por teléfono al responsable de la aerolínea.

Las Palmas fue la comunidad más golpeada por la tragedia. 72 de los fallecidos residían en la isla. El duelo colectivo es palpable en las calles del lugar. Los lugareños tienen la sensación de que habría podido pasarle a cualquiera. «Todos hemos cogido ese avión» señalan. Para despedir a sus vecinos y amigos se apostaron en el pasado jueves a las afueras de la catedral de Santa Ana. No vestían de luto. Pero dejaban corren las lágrimas mientras el obispo, Francisco Cases, con la voz entrecortada, intentaba trasmitir palabras de consuelo a los familiares de los fallecidos.