«Los premios sacan lo peor de los demás»
El intérprete español recibe en San Sebastián el Nacional de Cine y destina el dinero a una ONG El actor revela que lleva mes y medio en una escuela de interpretación, como un alumno más
Actualizado: GuardarJavier Bardem (Las Palmas de Gran Canaria, 1969) recibió ayer el Premio Nacional de Cinematografía de manos del ministro César Antonio Molina, que no pudo dejar de referirse en su loa a los «absurdos prejuicios de algunos». El más laureado actor español de todos los tiempos -un Oscar, el Globo de Oro, dos Copas Volpi, cuatro Goyas...- anunció que repartirá los 30.000 euros de dotación económica entre el pueblo saharaui «olvidado en mitad de la nada», el fondo asistencial de la Fundación Aisge para actores sin recursos y su profesor de interpretación, Juan Carlos Corazza, con quien pretende abrir un centro de investigación actoral.
Bardem estuvo arropado por su madre y por colegas de profesión como Juan Diego, Fernando Guillén Cuervo y el mismísimo Antonio Banderas, que se sentó entre el público con gafas oscuras. Según la orden ministerial, el protagonista de Vicky Cristina Barcelona ha obtenido el reconocimiento «por las metas profesionales alcanzadas en una dilatada carrera, su defensa de la profesión de actor y el compromiso con el cine español dentro y fuera de sus fronteras». Minutos antes de subir al estrado remarca que no piensa volver a hablar de sus polémicas declaraciones a The New York Times.
-¿A qué se debe ese eterno enfrentamiento suyo con los periodistas?
-Tu pregunta ya conlleva una reflexión: enfrentarse a los periodistas. Ahí está la clave. No merece la pena hablar de ello, es cansino para todos. Si da igual lo que haga o lo que diga, quieren escuchar lo que quieren escuchar. Y escriben lo que les da la gana. Yo hago mi trabajo lo mejor posible, a unos les gustará más, a otros menos. El malentendido ya se ha esclarecido por parte de la entrevistadora, que es lo que vale. Lo otro se genera sin que yo haga nada. Siguiente tema. Hablemos de la película.
-Woody Allen tiene fama de no dar demasiadas indicaciones a los actores, sólo les entrega su parte del guión.
-Tuve la suerte de recibir el guión entero, lo cual es muy poco común tratándose de él. Me reí y me hizo reflexionar, me vinieron imágenes muy claras de lo que pretendía. Allen no habla demasiado en el plató, pero es muy cariñoso y atento cuando lo necesitas. Le he pedido ayuda en momentos de inseguridad y me ha dado consejos maravillosos, perlitas desde la experiencia de vida, porque siempre hay que escuchar a quienes han vivido más que nosotros. Con él no intelectualizas en el plató, juega a accionar, a ver qué sale. Es una forma de trabajar muy poco ortodoxa.
-Vamos, que no ensaya.
-No. Yo le conocí el domingo por la noche y el lunes ya estaba rodando. Eso crea una sensación de alerta extraordinaria en el rodaje. Todo el mundo está atento a hacerlo lo mejor posible y en el menor espacio de tiempo.
-¿Recuerda cuál fue la primera película suya que vio?
-Creo que Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo pero no se atrevió a preguntar. Me recuerdo de pequeñito, viéndola en televisión. Y tengo frescos los ataques de risa que me dio viendo en el cine Desmontando a Harry, que me parece una obra maestra. Este señor es un genio, y trabajar con él, un regalo.
-¿Qué le falta al cine español?
-Es como el cine de todos los países. En todos los lados hay películas buenas, malas y mediocres. Si en Estados Unidos se hacen mil y pico, pues es normal que nos lleguen doce que están bien; si aquí rodamos cien, es normal que brillen tres. Es muy difícil acertar. Lo hermoso del cine es su carácter cambiante, genera inseguridad y preguntas. Llevar al espectador al sitio que quieres no es fácil.
-¿Hay trabajos que no le gustan?
-Todos. No conozco ningún actor que se guste viéndose, aunque sí hay gente que adora verse, eso es otra cosa. La necesidad de actuar no está casada con la necesidad de ver esa actuación. En la película contemplas algo que hiciste en su momento, pero ahora lo harías distinto. Siempre pasa: entiendes el personaje el día del estreno.
-Ha dejado de fumar y de actuar.
-Llevo tres meses sin fumar. Lo aguanto bien, pero ojalá dentro de diez años siga así. De pronto te das cuenta de que empezaste a los 17 años, y tengo 39. Ya me lo he fumado todo. Lo he intentado varias veces antes, pero nunca lo he llegado a conseguir. En cuanto a lo de no actuar, llevo mes y medio metido en la escuela de Juan Carlos Corazza en Madrid. Trabajando con otros alumnos. Me gusta la preparación, poner en duda lo que dicen que has conseguido.
-¿Gana el Oscar y regresa a la escuela de interpretación?
-Sí. Cuando no estoy delante de una cámara hago muchas cosas. Es lo que me mantiene vivo. Llevo veinte años en esa escuela. Un lugar donde notas una actitud hermosa ante el trabajo. Hay alumnos desde los 14 años hasta los 60. De pronto, haces una escena con un compañero al que no conoces de nada y es tu padre. Y todo sin la presión del resultado. Estar allí me recuerda por qué sigo en este oficio. Quiero montar un centro de investigación y desarrollo del arte de la interpretación con Corazza.
-¿Sigue pensando que los premios sacan lo peor de uno mismo?
-No creo haber dicho eso... Me suena más bien que los premios pueden sacar lo peor de uno mismo y, sobre todo, de los demás. Este Premio Nacional lo afronto con todo el honor y la humildad del mundo. Es para mí como representante en este momento concreto de un oficio que amo y al que le debo muchísimo, al igual que a mucha gente de este país. Es para ellos.
-Ganó el Goya como productor de Invisibles, el documental para Médicos sin Fronteras. ¿Piensa repetir?
-Ha sido la experiencia más enriquecedora de mi carrera. Salió un filme honesto. Serví de nexo entre médicos, cineastas... Me perdí lo mejor, pisar el terreno, porque estaba rodando No es país para viejos. Me di cuenta de que ser productor no es fácil. Estaba con el pelo ese que me pusieron los Coen y con la pistola de matar vacas, y de pronto me llamaba Wim Wenders al móvil. ¿Tened cuidado por el Congo, ahora tengo que colgar, que debo asesinar a un tipo!, le decía yo. Creo que por eso aparezco con esa cara de loco.