CRÍTICA DE TV

Pinocho

No, no voy a hablar de la comparecencia de Gallardón en Tengo una pregunta para usted (TVE-1), sino del cuento de Collodi. Era la cosa que estaba yo viendo -por necesidad, quede claro- Física o química, la serie antidocente de Antena 3, y se planteó en la pantalla una situación muy enojosa. Érase una vez un aula; érase un profesor que, engañado por su mujer, atravesaba por una situación personal delicada; érase que el profesor proyectaba su mal humor sobre el alumnado. Érase que el alumnado, realmente chulesco, empezó a molestarse por la falta de buen rollo del profesor. Érase que una de las alumnas, a la sazón hija de la jefa, se vio herida en su desmedido ego y dijo algo como lo siguiente: «Si tu mujer te pone los cuernos, no lo pagues conmigo». El profesor, escocido al recibir sal en la herida, soltó un cachete (moderado, no crea usted) sobre el moflete de la chica. Y entonces fue como si la bomba atómica hubiera explotado en el colegio: entre gestos de indescriptible indignación, los alumnos acribillaron con sus miradas al blasfemo docente, el cual, por su parte, prorrumpía en sollozos al grito de «Perdón, perdón». Lo del cachete es aquí lo de menos; lo que me interesa es el reparto de atributos que la escena propone: la niñata puede faltarle al respeto al profesor sin que su actitud merezca reprobación; por el contrario, la reacción del profesor no merece la menor indulgencia. Aquí hay un mensaje de fondo que viene a ser este: el niño -el joven- tiene derecho a todo.

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Para prolongar el discurso, Antena 3 emitió después ese espantoso programa de Patricia Gaztañaga, No es programa para viejos (ni para abstemios, por lo que se va viendo), que se ocupó del consumo de drogas entre la juventud. El planteamiento era coherente con lo que habíamos visto en Física o química: el joven tiene derecho a divertirse (¿?), pero ha de cuidar su salud (¿para qué?). Y aquí es donde me acordé yo del circo de Pinocho, aquella siniestra empresa de espectáculos -el País de los Juguetes- que capturaba niños atrayéndoles con la promesa de un mundo donde podrían hacer lo que les diera la gana. Por cierto: ya nadie se acuerda de esto, pero en la versión original de Pinocho, la de 1883, el muñeco moría ahorcado por sus múltiples fechorías.