Economia

La mayor aseguradora del mundo lucha para evitar hoy la quiebra

La Reserva Federal inyecta liquidez a los mercados pero rechaza bajar los tipos de interés, situados en el 2%

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El último juego macabro de Wall Street es adivinar por quién repican las campanas. Las del parqué empezaron ayer a la baja, después de haberse desplomado la víspera más de 500 puntos, en la mayor caída que haya sufrido el Dow Jones desde el fatídico 11-S de 2001. Y la siguiente víctima que batallaba entre la vida y la muerte súbita ya no era ningún secreto: AIG, la mayor aseguradora del mundo, que hoy declarará la bancarrota si en las horas siguientes al cierre de esta edición no ha encontrado un bote salvavidas.

Hasta este pasado domingo negro, que engulló en un fin de semana a una empresa de 158 años como Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de EE UU, AIG tenía unos activos 1,06 billones de dólares, comparables al PIB de un país occidental que bien podría ser España si la divisa americana no estuviera tan baja. No cualquier aseguradora puede ir a la Reserva Federal a pedir una línea de crédito de 40.000 millones de dólares para afrontar su falta de liquidez, pero AIG es, como advirtió el gobernador de Nueva York, David Paterson, «un problema sistémico».

«Afecta a los trabajadores, a los conductores, a los hogares, a las plataformas petroleras Espero que seáis conscientes del riesgo que conllevaría no actuar», dijo a la prensa.

La caída de AIG, que asegura a los bancos contra los impagos de sus clientes, dejaría a la mayoría de las entidades vulnerables a los riesgos contraídos y les obligaría a recalificar sus activos a la baja, provocando un efecto dominó a lo largo y ancho del globo.

Sin respaldo

AIG había esperado poder empezar la jornada del lunes con un plan de fusión que le permitiese evitar el pánico de los mercados, pero sin el respaldo de la Reserva Federal los posibles compradores dieron marcha atrás. El único que le ofreció 8.000 millones de dólares en acciones preferenciales, J.C. Flowers & Company, fue rechazado porque su oferta, además de insuficiente, incluía la prerrogativa de comprar el resto de la compañía a precio de saldo. Y así, en cuanto abrió la Bolsa, el precio de sus acciones cayó en picado hasta un 70%.

A mediodía, el gobernador de Nueva York anunció un plan para permitir que las subsidiarias de la empresa presten a la compañía matriz 20.000 millones de dólares, lo que permitió una ligera recuperación de sus títulos, que aún así cerraron con un 61% menos de lo que la empezaron.

Era sólo el principio de la debacle, porque todo el mundo sabía que los gigantes Goldman Sachs y JP Morgan Chase buscaban 75.000 millones de dólares que prestar a AIG para evitar su hundimiento. No es que a la empresa le falten activos, pero la mayoría están bloqueados.

La Reserva Federal (FED) inyectó a los mercados en dos operaciones 70.000 millones de dólares para facilitar la fluidez de los préstamos, sin que eso trajera almas voluntariosas hasta las oficinas de Wall Street.

Raíces profundas

Hoy se cumple la hora cero para esta empresa. A diferencia de un banco de inversión como Lehman Brothers o Merrill Lynch, que sólo afecta directamente al portafolios de los inversores, las raíces de AIG están profundamente hundidas en la sociedad. Y esa ha sido precisamente su mayor vulnerabilidad.

Al cierre de esta edición, la FED seguía reunida en Nueva York con los actores de esta crisis, sin que hubiera descartado proporcionarle el rescate que negó el domingo a Lehman, pero decidida a convencer a la banca privada para que asuma la responsabilidad. En Washington, el Comité del Mercado Abierto había rechazado la inyección de euforia que buscaban los mercados con la esperada bajada de tipos de interés, que no se produjo. El precio del dinero siguió al 2% precisamente porque la situación económica es negra y la inflación, la principal preocupación del Gobierno, sigue alta.