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Seísmo financiero

La imposibilidad de la Administración estadounidense de salvar a Lehman Brothers y la consiguiente bancarrota del que era hasta la fecha el cuarto banco de inversión mundial, con una trayectoria centenaria a sus espaldas, hicieron tambalearse ayer el sistema financiero mundial y desataron una nueva oleada de pérdidas bursátiles, aunque éstas fueron paradójicamente más acusadas en Europa -el Ibex cayó un 4,5%- que en Wall Street.

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A pesar de que el origen de las turbulencias se situó en EE UU y de que las dificultades son allí más acuciantes, la respuesta ante las mismas está resultando más rápida y eficaz que en Europa.

A las rebajas en los tipos de interés decididas por la Reserva Federal y la modulación de la política fiscal, con un mayor gasto productivo y un recorte en los impuestos, se une un sector privado mucho más flexible para acomodarse a los escollos de una coyuntura como la actual; lo que contrasta con la rigidez de la estrategia antiinflacionista del Banco Central Europeo y las trabas existentes para poder coordinar las distintas políticas nacionales en el seno de la UE.

El resultado es una disparidad en la reacción ante la crisis que si bien está contribuyendo a reanimar el crecimiento estadounidense, no está redundando en el apaciguamiento duradero de los mercados ni a pesar de las sucesivas inyecciones de liquidez a ambos lados del Atlántico. La inquietante conclusión no es sólo que no se atisba una mejoría a corto plazo.

También que el efecto de la volatilidad financiera sobre el sector productivo se agudizará al endurecerse de forma severa las condiciones de acceso a los créditos que facilitarían la reactivación de las economías en apuros como la española, cuya recuperación sigue dependiendo de la agilidad con que se promueva el cambio en el patrón de crecimiento.