Se sienten solos
Lo mismo es que se lo hemos enseñado sin querer. O lo han aprendido, como tantas otras cosas, por su cuenta. A disimular, digo. A mal tiempo buena cara y no me pasa nada, hasta que las cosas pasan. Nuestros escolares, nuestros hijos. Uno los ve llegar estos primeros días de clase, sobre todo el día importante en que acuden a los colegios para ver las listas donde han caído, y se sorprende de lo mucho que han cambiado en el breve espacio de dos meses, cómo crecen, cómo se comportan, la falsa seguridad que el verano les presta a sus vidas.
Actualizado: GuardarEllos vienen y de pronto todo en el colegio vacío es un torbellino de risas, de saludos algo descontrolados, de risas por los reencuentros, a veces de descoloque porque las clases nuevas no se parecen a las clases antiguas y siempre queda alguien fuera del grupo, o en el mismo grupo que una de sus bajancias de otros cursos, o con un ex-novio o una ex-novia, a sus edades, que no quieren volver a ver ni en pintura, tierra por medio. Y entre saltitos de alegría y caras donde disimulan muchos de ellos su decepción, aquí el que firma, perro viejo ya en estos inicios, reflexiona siempre que ellos son ajenos a las polémicas de los políticos y de sus padres, manipulados o no por los políticos. A ellos les importa poco que haya nuevas asignaturas marías que traigan locos al patio, porque no distinguen ni falta que les hace una educación para la ciudadanía de un tema de tutoría, una ética de una ofimática o una clase de técnica de laboratorio. Como mucho, este año, se sorprenden de que haya menos horas en asignaturas clásicas y tengan un par de asignaturas nuevas de nombres tan largos como poco pedagógicos: «Proyecto integrado de carácter práctico» y «Ciencias para el mundo contemporáneo». Ahí queda eso.
Se adaptarán pronto a los cambios y los criterios de evaluación, se sumarán de nuevo a la rutina de acostarse a las tantas y madrugar y tratar de no llegar tarde, y tratarán de simultanear las clases particulares, los gimnasios, las academias de idiomas, los bailes, los deportes con todo el montón de horas de estudio, en los colegios e institutos y en sus casas, y los más mayorcitos dejarán para los fines de semana las actividades que tanto nos escandalizan y molestan a los mayores.
Lo más triste es que se sienten solos. Lo leemos estos días y tenemos que dar crédito a lo que leemos, porque es cierto. Se sienten solos porque hace tiempo que la sociedad los ha dejado a su aire, convirtiéndolos en blanco de consumo (cine, música, moda, ropa, bebidas, todo se hace casi en exclusiva para ellos), mientras los mayores nos dedicamos a eso tan discutible que es trabajar para vivir y asegurarnos, a nosotros y también para ellos, un futuro de provecho.
Hace unos años, se nos decía que las familias no hablamos a la hora de comer, porque estamos hipnotizados viendo la televisión a esa hora. Ahora, se nos advierte que nuestros hijos vuelven a casa y no encuentran a nadie, que se tienen que organizar ellos solos las meriendas y los estudios, que ni pueden recurrir en muchos casos a la mano salvadora de los abuelos.
No es extraño que surjan redes sociales que nos asustan a quienes no las conocemos. Que quien más quien menos esté engachado al Tuenti, a Facebook, al Messenger, que busquen en los mundos virtuales el arropamiento que no les damos en este mundo real que cada vez vamos edificando más sobre la mentira. Empiezan el curso y están solos. Y porque están solos corren peligro. Algo funciona mal entre nosotros si no nos importa.