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VUELTA DE HOJA

Desconcertar a los espejos

Es más habitual sentirse resignados con nuestro aspecto físico que absolutamente complacidos. Casi todo el mundo quisiera ser más guapo, más fuerte y, exceptuando algunos jugadores de baloncesto, más alto. Lo de la belleza, mejor dicho, su ausencia, les trae a mal traer a muchas personas desde que alguien inventó eso de que la cara es el espejo del alma. No es cierto. De ser verdad, en la hagiografía aparecerían los rostros más hermosos, cosa que evidentemente no sucede. Este descontento con la imagen que plagian inexorablemente los espejos está haciendo ricos a los cirujanos.

MANUEL ALCÁNTARA
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Son verdaderos artistas y a cambio de algún dinero le cambian la cara a cualquiera. Si la madrastra de Blanca Nieves viviera en esta época no la reconocería su espejo.

Hay mujeres que se fabrican unos labios como para besar a distancia. Otras adquieren unas tetas de dos o tres números más o corrigen el tamaño de su pituitaria, pero eso de querer gustar no es una exclusiva del mal llamado sexo débil. Estadísticamente son más los señores que aspiran a variar su apariencia. Desde siempre, lo que se ha llevado peor es la alopecia. El doctor Marañón escribió que «la calvicie había afligido a hombres del temple de Julio César o del bronco carácter Tiberio». ¿Cómo no va a perturbar al señor Bono? Me acuerdo de él porque su variación capilar es notable. Si no suspende pronto el tratamiento, el cabello intruso puede impedirle la visión.

Lo de la estatura tiene peor arreglo, pero los dos españoles más renombrados del siglo -Picasso y Franco- no eran precisamente muy esbeltos. Otros campos más transitables tienen los benéficos magos del bisturí. Son capaces de arreglarle la caída de ojos hasta a los tuertos. Clientes no les van a faltar. Ya se sabe como es el eterno masculino.