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EL MAESTRO LIENDRE

El árbitro impasible

Hubo un tiempo en que, por tener la edad del grano y por vivir sobre un Vespino, los mirábamos con prevención o desprecio. Pero los años muchas veces traen hijos, que hacen estragos porque te llenan de insomnios y miedos a estrenar. Quizás sea por ese flamante y ridículo instinto protector, o porque luego nos encariñamos con un sargento (Michael Conrad, alias Phil Esterhaus) que ablandaba a cualquiera con aquello de «tengan cuidado ahí fuera». Pero lo cierto es que con el paso de los años casi todos regresamos a la cándida idea de que cobran también para ayudar, para «proteger y servir», como reza el cartelito de los coches de patrulla de las películas de Hollywood.

JOSÉ LANDI landi@lavozdigital.es
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En Cádiz, hace tiempo que parecen no hacer ninguna de las dos cosas. O, como mínimo, un amplio sector de la población lo percibe así. Un verano entero, fresquito y cadencioso, da tiempo para comprobar que la Policía Local de Cádiz se ha instalado en la renuncia a su obligación primera, que todos lo denuncian en privado, pero nadie en público, que sus responsables no saben, o no quieren, remediarlo y que sus dirigentes políticos lo ignoran o lo niegan. La sensación de impunidad en el tráfico en Cádiz es una evidencia creciente entre los que habitan la ciudad temporalmente o desde siempre, pero es un impacto para los que llegan. Los que tenemos la suerte de trabajar con gente de otros sitios, que viene y va, con la mirada nueva, comprobamos que se asombran cuando llegan.

En todas partes hay cafres, delincuentes con moto, coche, bici o furgoneta. En cualquier ciudad o pueblo puede aparecer un conductor temerario, criminal, uno que se cague todos los días sobre las normas, el código, la seguridad y sus vecinos.

Pero en esta ciudad, hace mucho tiempo, más de diez años, quizás, parece que el número de majaras incontrolados y agresivos, conductores sobre las aceras, alérgicos al casco (pero escuchando música por los cascos) y espontáneos cortadores de calles es proporcionalmente mayor al de cualquier otro lugar.

Así lo dicen con asombro los que llegan para vivir un tiempo o para quedarse. Con ser llamativo, lo más triste es que los ojos nuevos, como los de aquí, aunque quieran mirar para otra parte, detectan una segunda peculiaridad: «Nadie hace nada; nadie les multa, en mi ciudad los crujen», dicen muchos con estas palabras o sinónimos. Desconozco sin son suficientes, si están bien pagados (ojalá lo estén, por el papelón que se les supone), sin tienen material, si cumplen órdenes, si sufren presiones, si la desidia es real, propia o se la transmiten, pero la experiencia personal y de mis vecinos dice, simplemente, que no cumplen con una de sus misiones principales, fundamentales e innegociables, la de colaborar para que unas mínimas normas de convivencia sean respetadas y tratar de intimidar, con su infrecuente presencia, a los que tratan de violarlas.

No se trata de filosofía, se trata de que alguna vez, de tarde en tarde, algún agente sorprenda y multe a uno de tantos motoristas que diariamente surcan, entre niños, ancianos y adultos (que merecen la misma calma) calles peatonales con la mueca soberbia del que sabe que puede hacerlo sin el menor inconveniente. Se trata de que, alguna vez, cojan pronto el teléfono. De que no puteen si mueven el coche porque llega un presidente. Hace muchos años, demasiados, que la Policía Local parece consagrada a la recaudación, que sería respetable si estuviera acompañada de una faceta protectora, que velara, que lo intentara al menos, por la seguridad de los vecinos. La grúa (que puede tener un papel beneficioso si retira obstáculos); la zona azul que se expande como una mancha; la carga y descarga; el control de los horarios de bares o los radares de velocidad son las únicas funciones visibles y aparentemente rigurosas de unos funcionarios que parecen dejarnos tirados ante todo lo demás, frente a los malos, cuando les pagamos para que traten de pararles los pies, o las ruedas.

Recaudación con protección sería aceptable. Si sólo se da la primera mitad, parece que se trata de poner multas a los que no vamos a agredir al funcionario, a los que sólo vamos a pagar más de lo que pagamos. Arriba está el nombre. Debe de ser fácil sacar la matrícula. Pero yo, y otros muchos, sólo queremos que nos echen un cable, que ayuden un poco. Ese era el trato. Nadie sensato desea la policía del GIL. Pero algún punto medio tiene que existir.

Encima, el plan es ampliar los aparcamientos y hacer otro puente, para que ese casco antiguo que podría ser precioso sufra una invasión aún mayor, que nadie parece dispuesto a organizar con unas simples normas, públicas, que se llaman Código de Circulación y ordenanzas.