El olvidado
Abundan los provocadores que andan buscando las pulgas a la gente todo el santo día pero que, cuando les vienen mal dadas, invocan el derecho a la intimidad, o a la libertad de expresión, eso si no van más allá y reclaman la ayuda corporativa de todo un gremio profesional para que se alce en su defensa como un solo hombre. Pero no se puede salir a boxear y luego pedir que no te peguen porque llevas gafas. Te llames Juan José Ibarretxe o te llames Javier Clemente, eres responsable de tus actos y si has metido el dedo en el ojo de alguien o de algo tendrás que arrostrar las consecuencias.
Actualizado:Estoy de acuerdo con que a veces esas consecuencias no guardan una relación razonable con el tamaño del primer golpe. Pero hay que ser incauto para no haberse percatado aún de que vivimos en un bosque de megáfonos y de que un leve estornudo convenientemente grabado y reproducido puede causar más alboroto que el ciclón Ike. He mencionado dos vascos ilustres que están de viva actualidad por motivos que no vienen al caso, pero en realidad me quería referir a un tercero.
Se llama Iñaki de Juana Chaos, y en su palmarés deportivo reúne 25 asesinatos, algunas piezas literarias del género injurioso y otras tantas huelgas de hambre en favor de una causa filantrópica: su salida de la cárcel. Ya han pasado varias semanas desde que, merced al capricho de las leyes y los calendarios, De Juana goza de plena libertad de movimientos.
Y de algo más preciado todavía, la tranquilidad que se deriva del olvido ajeno. Pero hasta hace muy poco tiempo el juntacadáveres andaba en boca de todos tras haberse declarado en ayuno, trasladado a un hospital, reingresado en prisión y finalmente puesto en la calle.
Él y su señora esposa denunciaron entonces el «circo mediático» y el acoso también mediático al que se sentían sometidos. Esta especie de pantoja del amosal reclamaba algo parecido a la inmunidad que piden para sí las tonadilleras asiduas a las revistas del corazón.
Su queja era del género «me hacen la vida imposible», una hipérbole que aplicada a sus víctimas hubiera tenido una rigurosa aplicación literal. Pues bien. Ya parece que nadie se ocupa de él.
Los cielos han atendido sus ruegos de pobrecito damnificado. Las luces del circo se apagaron y el público salió de la carpa en busca de otras funciones más entretenidas. Su jeta ya no interesa a las cámaras y su nombre provoca una fastidiosa sensación de aburrimiento. Y uno se pregunta si esto no será un premio inmerecido. O tal vez sea mejor así, quién sabe.