DE PERIODISTAS .....
«Antes un hijo maricón que un hijo periodista». Era una frase bastante extendida cuando yo era un jovencito con pretensiones literarias; un dicho que a mi, a lo largo de los años me ha conducido a bastantes reflexiones: la primera es sobre la calidad del amor paterno en los años setenta; la segunda es que una cosa no quita la otra, y puede salirte un hijo con la primitiva completa debajo del brazo.
Actualizado: GuardarEn lo que a mi me concierne, puedo constatar y constato que mis primeros pinitos literarios fueron motivo de honda preocupación para mis padres; era la época de la revista y editorial TRISTANA y mis colaboraciones en CITAS.
Para mi suerte o mi desgracia, las circunstancias propiciaron que aquella temprana vocación derivara en afición accesoria hasta que hace pocos años comencé a colaborar con la canallesca local; con la otra nunca abandone el trato.
La memoria es una maquina registradora repleta de encantadoras imperfecciones e impertinentes errores. Quizás sea por eso que mi primer y mas pertinaz recuerdo de mi encoñamiento definitivo con la prensa, la literatura y cualquier cosa, en fin, que no fuera yo, se remonta a una visita de colegio a finales de los sesenta a la sede de la antigua VOZ DEL SUR, en la calle Bizcocheros.
El olor a tinta y plomo de los talleres, con las vetustas linotipias de composición manual de textos, la vieja rotativa que arrojaba grandes con Dios sabe que maravillosas historias. La planta superior, con sus pequeñas oficinas donde cuatro plumillas y medio gacetilleaban como buenamente podían el modesto periódico local, o la Hoja del Lunes, que ya se la daban hecha desde Madrid.
Y es que en Madrid, en los años sesenta, eran tan desprendidos que además de darte la información nacional hecha todos los días, los lunes te la regalaban completa. Se ve que en Jerez los domingos no pasaba nati mistrati. Cosas del Movimiento que se demostraba mandando.
... Y kioscos
Aun recuerdo el kiosco de Antonio en Piodoce donde, amén de los periódicos y revistas -lógicamente más escasos que hoy-, se encontraban chucherías, bolindres, tabaco y pare usted de contar. Después he tenido bastante trato con los tres Pacos de la kiosqueria local: los de la calle Arcos, la Porvera y la rotonda de El Retiro.
En la actualidad, y desde hace bastantes años, el kiosco de prensa tal como yo lo conocí en mi infancia parecería una nave desolada comparados con estos pequeños almacenes repletos de coleccionables, cupones regalo, revistas con adosados, maquinas de la primitiva, de la quiniela o de tabaco. Para ser idénticos a una tómbola de feria sólo falta un tío con un megáfono que al grito de «llévese la chochona» te anime a coleccionar el Espasa.
Uno, a estas alturas, ya sabe de sobra que la nostalgia únicamente conduce a la melancolía; pero van a permitirme que recuerde con cierto cariño las redacciones donde olía a resaca, tabaco y sueño atrasado, el olor a tinta de las viejas imprentas y aquel Paco de la calle Arcos que me cambiaba las novelas baratas de Lou Carrigan o Keith Luger. Además, así aprovecho que aún tengo recuerdos... que cualquiera sabe mañana.
Hablando de recuerdos, porqué no agradecerle de manera tardía a nuestro Randolph Hearst de la Porvera la inestimable ayuda que me prestó a finales de los setenta. Paco -que disfruta de una merecida jubilación- vendió sin interés algunos ejemplares más de la efímera TRISTANA, que las escasas librerías de la provincia que de mala manera se prestaron a poner nuestra revista en sus anaqueles.
Yo no sé que va a pasar con esto del «internes» y las nuevas tecnologías de la información, pero por si acaso aquí queda, desde mi velador del Shema, que Dios me conserve muchos años, este retrato en sepia que -no vayan a creer- tenía su encanto. rafabtoledano@hotmail.com