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El tonto del pueblo

De siempre ha existido un tonto en cualquier pueblo, fuese grande o pequeño. También en las capitales han existido, lo que pasaba es que había más de uno. De estos hombres muchos se reían, pero éstos solían hacerlo mucho más de los listos. Desde luego, ese tonto del pueblo era el que, normalmente, mejor vivía. En el caso de las fiestas del pueblo, allí estaba, en primera fila, en todos los actos, tanto en las ceremonias como en los ágapes, donde era el que más comía. Y es que estos tontos eran persona de buen saque. Si eran procesiones en la Presidencia, si eran inauguraciones junto al cura que bendecía allí estaba Manolito, o Pepito, que era así como casi siempre se llamaban. Esto conllevaba que tenían que asistir también a actos menos agradables.

EDUARDO LUMPIÉ
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Aquí en Cádiz no crean que, por no ser pueblo, no lo hemos tenido. Recuerdo a Vicente, el Largo, un alcalaíno que nos llegó no sabemos cómo, pero que aquí se afincó. Era hombre de altura superior al metro noventa y un pie no menor de un 48, con sus botas de las llamadas de becerro vuelto. Iba siempre bien limpio y aseado. Eso sí, no pedía. Se situaba junto a la reunión y allí permanecía hasta sacar algunas monedas.

También recordamos a Martínez, el Loco; Manolo, el Aviador; un hombre que siempre iba radiando un partido de fútbol y le llamaban Matías Prats. Éste tampoco pedía, como la mayoría, pero todos sabía que había que darles algo. Juanito, el de la Guitarra, que murió trágicamente; Angelillo, Marchena, etcétera. Lo que sí es cierto es que el único que trabajaba de todos ellos era Carlos, el Legionario, con su venta de cartones, hasta que se unió sentimentalmente con la Pepa.

Había uno que le llamaban Catano. Cuando le decían «Catano, tú eres tonto»; respondía: «Tontos mis cuatro hermanos, que trabajan el en el muelle».