La productividad de un término
'El día de la mudanza' de Pedro Badrán narra el traslado de una familia colombiana y su descenso en la escala social
Actualizado: GuardarAsociar los vocablos mudanza y literatura suele inclinar hacia algunos títulos recientes como, por ejemplo, el que el poeta y crítico José Luis García Martín eligió para reunir su obra lírica hasta 2003. También suena en una de las novelas más conocidas de Bryce Echenique, La última mudanza de Felipe Carrillo. Los más eruditos en métrica visualizarán los tres versos monorrimos del zéjel mozárabe o los cuatro, también monorrimos, del villancico castellano.
A los asiduos de la poesía la palabra mudanza siempre les recordará aquellos versos que cierran el archifamoso soneto XXIII de Garcilaso de la Vega: «Marchitará la rosa el viento helado,/todo lo mudará la edad ligera,/por no hacer mudanza en su costumbre».
Cuando Garcilaso escribió este poema, la palabra que nos ocupa no solo designaba los estragos que inevitablemente el tiempo perpetra sobre la hermosura de la juventud, como demuestra su uso en el poema, sino que se convierte sobre todo en el término clave para designar los nuevos tiempos del Renacimiento.
Frente al estatismo de las signaturas medievales, la posibilidad de movilidad, de cambio. Frente a las estrictas posiciones sociales heredadas desde la cuna, la posibilidad de escalar o descender en la escala social. Frente a la sangre nobiliaria, el mérito como motor de mudanza socioeconómica propuesta por la naciente burguesía en los albores del capitalismo.
Mudanza social
En el lenguaje actual, lejos de las acepciones renacentista o garcilasiana, el vocablo mudanza está directamente relacionado con el cambio de casa. Esta es, en principio, la significación del término en El día de la mudanza, la novela del colombiano Pedro Badrán publicada hace unos meses por la editorial extremeña Periférica y galardonada en Colombia con el Premio Nacional de Novela Breve en el año 2001.
La historia que nos cuenta Badrán en una prosa directa y ágil narra, en efecto, desde la voz de los personajes protagonistas el traslado de domicilio de una familia colombiana. En manos de muchos autores menos dotados que Badrán, un hecho en principio nada trascendental como éste difícilmente suscitaría el interés del lector. Sin embargo, Pedro Badrán plantea una novela atrayente desde sus primeras páginas, puesto que trasciende lo meramente material -el traslado de los enseres familiares- para introducir al lector en otro nivel semántico del vocablo mudanza, aquel relacionado con la acepción pre-capitalista del término, la que añade al cambio de señas implicaciones sociales más profundas y determinantes.
El matrimonio protagonista, que recuerda en ocasiones a esas parejas burguesas de la buena -e hipócrita- sociedad española de algunos poemas de Ángel González o José Agustín Goytisolo, se siente en el mejor de los mundos posibles, porque ocupa un lugar destacado en la sociedad colombiana, cuya proyección más evidente es la calidad constructiva y ornamental de su domicilio. A esto hay que añadir los hijos -la parejita- para que su felicidad sea completa y absolutamente estereotipada.
El mundo está bien hecho, porque se han repartido las cartas y la familia juega con repóquer de ases. Los sueños cultivados por las historias de príncipes azules que le contaron a la madre durante la infancia se convierten en realidad. Pero los sueños solo son eso, sueños, y no siempre la diosa Fortuna beneficia a los mismos. Los negocios del cabeza de familia no andan bien y las cosas empiezan a venir mal dadas. La mudanza es inevitable y la degradación socioeconómica también.
El lector no sabe exactamente, porque el autor hábilmente lo omite, qué es lo que sucede para que la familia protagonista tenga que dejar su particular jardín de las delicias. Tampoco importa. Si se hubiese especificado, la atención del lector se habría dispersado en averiguaciones acerca de lo justo o no de la caída.
A Pedro Badrán le interesa más que el lector se centre en el descenso socioeconómico de esta familia, pero particularmente en su degradación moral. Cuando se disfruta de una buena posición social, los juicios morales sobre la vida de los demás suelen ser muy exigentes. Cuando uno no se halla en el pozo de la miseria, se pasan por alto esas consideraciones y se espera de los demás la misma comprensión que se omitió durante la época de vacas gordas.
Metáfora colombiana
El día de la mudanza plantea un desbordamiento de lo meramente familiar. La situación de los protagonistas actúa o se puede interpretar como metáfora de las circunstancias de una nación. Colombia como sociedad se halla al fondo de las vicisitudes de la familia protagonista o, dicho de otro modo, su recorrido vital puede leerse como la imagen reflejada en el espejo de una sociedad que en su conjunto no solo se ha degradado económicamente, sino sobre todo desde la perspectiva de los valores sociales. Una sociedad tocada económica y moralmente es propensa a ceder a los favores del dinero fácil y a los códigos violentos del capitalismo narcotraficante.
Cuando el lector concluye las páginas de El día de la mudanza, quedan suspendidos sobre las tapas amarillas del libro los versos de Garcilaso, pero esta vez referidos a un país y a una sociedad que para salir de su situación necesariamente ha de «hacer mudanza en su costumbre».