TRÁFICO. La Ronda del Pelirón es una calle de mucho paso desde que se elevó la vía del tren.
Jerez

Un lugar de batallas memorables

La Ronda del Pelirón, tras casi un siglo de vida, se revitalizó gracias a la elevación del tren, conectándose a la ciudad

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La Ronda del Pelirón pertenece al grupo de las calles tardías, a pesar de sus años. Estuvo en estado de gestación casi un siglo. El centro de transformación eléctrica así lo atestigua a tenor de los viejos pabellones, donde luce un gran 1910 en la fachada. Sin embargo, la vida no acabó de llegar hasta finales de los noventa, casi con el nuevo siglo. Fue cuando se produjo el cambio integral de la zona. Por fin caía el muro del fondo de la calle, las viejas vías del tren desaparecían y se creaba, en la salida a la Avenida de la Paz, una gran zona verde, elevándose el ferrocarril. Hasta entonces, era una calle prácticamente sin salida, encerrada en sí misma, hecha solamente para el paso de sus vecinos. Los vecinos del viejo barrio del Pelirón.

En la Ronda del Pelirón se desatan todas las batallas habidas y por haber. Casitas con encanto que, como dice Juan Brionte, se hicieron con el esfuerzo de sus habitantes. Juan tiene noventa y tres años, y pertenece a esa solera, gran reserva, cargada de experiencia. Personas a las que hay que escuchar porque en ellos reina el sentido común. «Este es un barrio donde la mayoría de sus vecinos se hizo su casa. La gente que se construye su propia vivienda no puede ser mala persona. Somos trabajadores honrados que con mucho esfuerzo hemos conseguido lo que queríamos», afirma Juan, que ha entrado en el bar Morato para tomarse el café de la tarde. Le pega un sorbito pequeño y prosigue diciendo que «ahora sí que se está bien en la zona. Yo me crié en Ramón de Cala y viví en Santiago muchos años. Después me he venido a vivir aquí al Pelirón. Te digo yo que ahora se vive mejor que nunca. Y no te digo más porque a mis años no me apetece ya ni recordar el pasado que los viejos hemos vivido», explica.

Manuel Morato ha salido al quite tras el mostrador. Y le dice a Juan que «él sí que sabe». Manuel lleva toda la vida en su bar. Lo abrió su padre Juan Morato hace más de cincuenta años. Desde entonces, a primera hora de la mañana y hasta la tarde noche, el bar se llena de los vecinos del barrio.

Conforme vivía iba viendo cómo la calle iba cogiendo cuerpo. «Antes esto era campo, y a la ronda le llamaban la calle de los chinos. Los coches no podían ni pasar por la cantidad de barro y polvo que se creaba. Claro, entonces estaba la calle sin asfaltar», comenta Manuel. Después prosigue con rictus serio para sostener que «es una buena zona. De gente trabajadora. Un barrio muy tranquilo y muy bueno». El bar lo preside una fotografía de la Reina del barrio: La Virgen del Consuelo. Vito, que también está tomando café en el bar de Morato, mete baza y comenta que sólo hace falta que la Virgen vuelva a su barrio. «Estamos buscando la gente de la hermandad un solar donde poder construir una capilla que acerque a nuestras imágenes a los vecinos», explica.

La venta

Es cierto que los solares proliferan en el barrio. Hay donde elegir. En la parte más baja de la calle se aprecia una gran extensión de terreno donde los vecinos dicen que «harán viviendas de protección oficial». Incluso algunas de las construcciones del margen izquierdo, según se baja a Las Viñas, también irán al suelo. Será un gran complejo de viviendas el que se construirá en el barrio, pues la parcela es bastante considerable. Al fondo, la Venta San Hermenegildo, donde todavía resuenan los cantes de Terremoto, entre otros. La venta puede llevar abierta alrededor de cincuenta años. «En dos ubicaciones que ha tenido porque antes estábamos ahí en la acera de enfrente», comenta Daniel Benítez. Dani Lleva más de quince años trabajando para los hermanos Piñero Aguilar, los propietarios del local. Francisco, José y Manuel fueron los que heredaron la vieja venta jerezana.

Otros tiempos

Era de esos lugares añejos donde fundamentalmente reinaban dos entes: el vino durante todo el día y el ponche por la noche. «Al parecer, según cuentan, eran los tiempos en los que no se cerraba. Veinticuatro horas abierto el local porque siempre había clientes. Muy temprano llegaban los trabajadores de las bodegas y de la fábrica de botellas y ya no se paraba hasta que, cuando te dabas cuenta, estabas recibiendo otra vez a los trabajadores para tomarse un anís con el café. Había pasado un día entero», comenta Daniel. Ahora, la venta es un lugar para comer. Especialidad en el «menudo andaluz». Los fines de semana se acercan algunas familias a probar el rabo de toro o el bacalao a la vizcaína, que son algunas de las propuestas de la venta San Hermenegildo, un clásico del Pelirón.

Teclados

Con tan sólo cruzar la Ronda del Pelirón, nos damos cuenta de que estamos en el siglo XXI. Allí nos encontramos Telnet, un negocio de informática. Nos recibe ahora Daniel González. Ha bajado de la zona software porque también se hacen programas en este negocio que, en contraste con la venta, acaban de llegar a la zona. «Ya sabes..., todo lo relacionado con la informática. Desde un programa que podemos hacer personalizado al cliente, a un simple teclado. El caso es que el cliente se vaya satisfecho», comenta Daniel. Ana Rosa Oliva no está hoy de guardia, pero cuenta Daniel que «es ella quien puede informar porque es la propietaria del negocio». La cosa no parece ir mal en este comercio de profesionales informáticos. «Comenzamos con un pequeño local en el Olivar de Rivero y, poco a poco, pues pudimos trasladamos aquí a la Ronda. Aquí estamos de maravilla», sentencia Daniel.

La vida ha cambiado. El viejo barrio del Pelirón está esperando a que llegue un nuevo Miércoles Santo, cuando su Niña Bonita vuelva al barrio para pasear sus penas sobre los hombros de sus hermanos costaleros. Vito Abeledo, Tomás Sampalo, Mateo López o el mismo Juan José Padilla, el torero, como lo conocen en el barrio, eran esos niños con sueños de cofradías. El barrio ya la tiene.

Y también la revitalización de una zona que sabe a Jerez puro y que gracias a la caída del muro y la eliminación de las vías del tren, resurgió a la vida tras casi un siglo de vida.