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EL JEME

Síndromes

Durante décadas solo existió el síndrome de Estocolmo, o de esto es el colmo, porque verdaderamente el colmo de la estupidez es que te secuestren y encima te caigan simpáticos los secuestradores. Posteriormente vino el síndrome del aceite tóxico y más tarde el de edificio enfermo. Hasta aquí todo parecía serio, pero a continuación apareció el síndrome de clase turista, o sea que entre los mil millones de personas que viajan en avión parece que una o dos la han palmado por mala circulación en las piernas. Las compañías aéreas se lo han tomado tan en serio que para que aumente un poco la estadística de fallecidos han parido las low cost, en las que el pasajero que vuela en el asiento del medio siente el síndrome de lapidación. ¿Qué tiempos aquellos en los que se podía leer gratis la prensa en el avión y sin verse obligado a partir a codazos las mandíbulas de los vecinos!

Rodrigo Sánchez Ger
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Pero donde los síndromes no dan abasto es en el binomio vacaciones-trabajo. Cualquier currito que comienza sus vacaciones el 1 de agosto, allá por el día 10 ya ha sufrido el síndrome de estrés vacacional. La respuesta a este síndrome es lo que un amigo denomina vacaciones Santillana, o sea uno se pide trabajar en agosto, se acomoda fresquito en la oficina y se dedica a leer la prensa por Internet, pues los que nos suelen echar trabajo encima están de permiso. Para el día 15 ya se debería haber padecido el síndrome de adicción al bronceado (tanorexia) cuya única terapia efectiva al día de hoy, es no salir del chiringuito mientras se permanece en la playa.

Cuando llega el 1 de septiembre es preceptivo que aparezca el síndrome postvacacional, que suelen padecer quienes tienen un buen trabajo, se han podido ir de vacaciones a pesar de la crisis y en lugar de estar contentos y enseñarnos las fotos y el video del viaje, les de un jamacuco psicológico. La versión infantil se llama síndrome de vuelta al cole. Aunque esto más que un síndrome es un ruinazo.