PRODIGIO. Ella Fitzgerald, 'resucitada' el pasado agosto en pleno barrio de La Viña.
MEMORIAS DE LA FRONTERA

Summertime en La Isleta

Ocurrió de forma repentina cuando madrugaba un lunes de verano: medio a puerta cerrada, en el bar La Isleta en el corazón de La Viña, casi en voz baja y al biés de la barra, Johnny, un guitarrista llegado del norte de Inglaterra, una italiana llamada Laura Furci, una pianista licenciada en Ciencias Políticas, con voz de stormy weather pero que lleva tres años en Rosario Cepeda; y Félix Slim Amieva, un bluesman de Ceuta que toca la guitarra, imposta la voz a punto de Van Morrison y toca la armónica con ecos de Antonio Serrano, interpretaron Summertime. Ya saben: «Summertime,/ and the livin' is easy/ fish are jumpin'/ and the cotton is high». Que la vida es fácil, que los peces saltan y que el algodón está alto. «Your daddy's rich/and your mamma's good lookin'/ so hush little baby,/don't you cry». Que tu padre es rico, que tu madre tiene buen aspecto; así que disfruta, niña pequeña, no llores.

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Buena canción para cualquier verano. Todo un himno en tiempos de crisis. Jose, el camarero, ponía eternamente a Lila Downs en la megafonía del local cuyo roastbeef empieza a ser legendario y sobre cuyas paredes cuelgan extraños carteles de toros o antiguos grabados de Cádiz. Es el único bebedero que conozco que tenga diccionarios en los anaqueles de la barra. Juan, el dueño que regenta uno de los establecimientos emblemáticos de Conil y que ahora ha amanecido en el corazón de Cádiz, presenta todavía rasguños en la mejilla porque un vecino yonqui le atacó sin venir a cuento. La Isleta es un bar de fusión: lo atestiguan los jóvenes jazzeros o blueseros que suelen compartir afición con El Cambalache y que aquí, cada domingo en sesiones de mañana y tarde, participan del mismo espacio que una mujer minúscula que bebe a pulso una jarra de cerveza junto a una perra aburrida que quizá sea su única compaña.

«One of these mornings /you're going to rise up singing/ then you'll spread your wings/ and you'll take to the sky», cantaba Laura con voz catedralicia. Que una de esas mañanas, te desperarás, desplegarás entonces tus alas y echarás a volar hacia el cielo. «But till that morning/ there's a'nothing can harm you/ with daddy and mamma standing by». Pero que hasta que esa mañana llegue, no hay nada que pueda dañarte teniendo a papá y a mamá cerca de ti.

Round midnight, Laura y Johnny habían pasado una hora interpretando formidables y delicados standards ante una parroquia escasa pero entusiasta. Sin embargo, cuando ya nadie lo esperaba, se nos apareció Ella Fitzgerald cantando Summertime, aquella canción del año 33 compuesta por George Gershwin con letra de su hermano Ira Gershwin y DuBose Heywars para la ópera Porgy and bess, desde entonces una nana eterna para los bebés de las plantaciones al sur de los Estados Unidos.

Ocurrió en La Viña, en la medianoche de un domingo de agosto: Ella quizá vestía bata de guatiné y rulos en la cabeza. Pero seguía siendo hermosa como aquellos jóvenes músicos y la cantante delicada y morena como un lienzo barroco.

Sucedió en La Isleta, hace unos días. Yo vivía un chupito de Havana 7, los amigos eran muchos, la vida era fácil, los peces saltaban y el algodón estaba alto. Afuera, acechaba un otoño caliente.