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LOS LUGARES MARCADOS

de segunda mano

Mi amiga Belén ha cambiado su residencia n Madrid por un pueblo de la provincia de Toledo llamado Numancia de la Sagra. Un pequeño pueblo de segunda mano. Mejor dicho, de segundo nombre. Hasta octubre del año 1936 se llamó Azaña, pero al responsable de las tropas nacionales que lo ocuparon durante la guerra civil le molestó que la toponimia lo hiciese coincidir con el apellido del que era presidente de la II República. Nadie supo o nadie pudo explicarle que aquel nombre era una derivación del árabe al-saniya (la noria, el molino de agua). Supongo que, viendo la saña con la que tirotearon el cartel a la entrada del pueblo, se quedarían mudos. Es comprensible. La villa de Azaña pasó así a llamarse como el regimiento ocupante, el Numancia, con la coletilla de la comarca, la de la Sagra. Era la segunda ocupación de aquel ejército: aparte de la física, la ocupación moral. De un solo plumazo, en un acta del Ayuntamiento ahora numantino, se canceló la historia de un pueblo: un pueblo que ya en el S.XII aparecía en los documentos de Sancho III; el pueblo que en un poema épico del S.XIII era la cuna de Mime el Viejo, forjador de espadas; el pueblo donde nació Santa Juana de la Cruz, insigne oradora a la que acudía a oír el Gran Capitán; el pueblo, en fin, donde habrían nacido miles y miles de personas con sus propias, particulares e inalterables historias.

JOSEFA PARRA
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No se entiende que, 33 años después de la muerte del dictador, no se hayan reparado el error y la injusticia. En 2006 se sugirió un referéndum en el pueblo, pero parece que todo quedó en agua de borrajas. En las cartas de mi amiga Belén, Azaña sigue siendo un pueblo de segunda mano, con un nombre impuesto por la violencia. Es sólo un ejemplo -pero tan incomprensible- de ese muro de silencio y de oscuridad que se corrió tras la dictadura y que, aún hoy, no acabamos de derrumbar.