Cartas

Los antiguos veraneos gaditanos

Desde épocas antiguas muchos extremeños arribaron a Cádiz, unos por trabajo en los barcos en tiempos de la conquista de América y, con posterioridad a esta, por las múltiples compañías de ultramar que transportaban a ciudadanos extremeños emigrantes en todos los confines de Hispanoamérica.

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Mi viaje familiar se efectuó en los años 50 y la causa no fue ni la conquista ni la emigración, fue afortunadamente para veranear y quitarnos el sol implacable de la estepa extremeña.

Hicimos el viaje en trenes de vapor y en dos días, tras el trasiego de estaciones sevillanas, nos hospedamos en la calle Cánovas del Castillo, donde residía un ilustre psiquiatra tío nuestro; así como otros profesionales liberales. Eran casas unifamiliares, con sus cierres, sus azoteas, el patio interior de mármol y la covacha o carbonera. Los desplazamientos a la playa de La Victoria era el disfrute de aquellos tranvías al descubierto, y el recorrido a través de un magnífico bulevar rodeados de espléndidos chalets con múltiples palmeras. La playa casi desierta y por las tardes a disfrutar del paseo en la plaza de Mina, la alameda Apodaca, el Balneario de la Caleta... en compañía de niñeras y soldados de marinería y de otros múltiples cuarteles, hoy desaparecidos. Siempre nos cautivó la finura, gracia y amabilidad de los vecinos, que aún después de tantos años pervive. Cádiz es una gran ciudad para el disfrute de cualquier visitante con sensibilidad. Su fabuloso casco urbano, intramuros, sus espléndidas casas de piedra ostionera, (recordando a sus múltiples propietarios, una burguesía de comerciantes de Indias). Su cocina, sus mariscos, sus tascas, sus heladerías italianas, el puerto (ya con entrada de grandes barcos de turistas), sus múltiples y recoletas plazas hoy ocupadas en verano por sus terrazas... Todo un disfrute de historia, de comodidad para patear, de charlar con gente encantadora y de recordar aquellos tiempos pasados tan románticos y de esplendor.

Cádiz seguirá embriagándome con su nostalgia y recuerdos infantiles de aquellos largos veraneos, y seguirá siendo la señorita del mar de Pemán o la salada claridad de Manuel Machado. Con Cádiz «hay que mamar» como diría su hijo adoptivo, el periodista Antonio Burgos.

Felipe Jesús González Fernández. Sevilla