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Opinion

Firmeza europea

Los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea optaron ayer por un pronunciamiento severo y exigente ante Rusia, mientras eludían toda mención a eventuales sanciones. El compromiso por agotar las posibilidades de la diplomacia y de la presión política se hizo ayer tan patente como la inconveniencia de desbordar los cauces del diálogo en un escenario tan incierto. La UE no ha podido soslayar a lo largo de las últimas semanas ni los límites de su autoridad en la interlocución con el Kremlin ni las desavenencias y matices que conviven en su seno. Es más, la proliferación de declaraciones en las horas previas a la Cumbre de ayer hizo incluso temer que la reunión del Consejo pudiera brindar a Medvédev y a Putin una nueva oportunidad para acomodarse en las contradicciones entre los distintos gobiernos. Sorteado dicho riesgo, la UE fijó una postura cuyo sentido va a ponerse a prueba en la gestión que Sarkozy, Solana y Barroso realicen para procurar la retirada de las tropas rusas en Georgia a las posiciones que ocupaban con anterioridad al pasado 7 de agosto y para reducir a su mínima expresión el reconocimiento de Osetia del Sur y de Abjazia por parte de Moscú. Pero la trascendencia y la eficacia de la decisión adoptada ayer en Bruselas dependerá también de la disposición que muestren todos y los socios europeos a preservar una actitud unitaria ante el conflicto.

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La defensa europea de la independencia y la integridad territorial de Georgia y su rechazo a los hechos consumados mediante una confrontación bélica sintonizan con los principios básicos sobre los que ha de alzarse el derecho internacional y sobre los que cobra sentido la acción exterior de la UE. El presidente francés y de la Unión, Nicolas Sarkozy, señaló: «la pregunta es si Rusia quiere cooperación o no». Probablemente sea mejor preguntarse sobre qué condiciones desearía el Kremlin para cooperar con la UE. La firmeza mostrada ayer por Bruselas, posponiendo el desarrollo de las conversaciones con Rusia al previo cumplimiento del acuerdo de alto el fuego, exige también reforzar la política energética común, que representa el flanco débil de la Unión ante Moscú.