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TRIBUNA

Las distorsiones salariales

El dinero es un bien económico y como todos ellos es escaso. Su relación con el salario es evidente. Se considera salario la totalidad de las percepciones económicas de los trabajadores, en dinero o en especie, por la prestación profesional de los servicios laborales por cuenta ajena. El salario es la contraprestación normalmente dineraria que recibe del empresario por el trabajo que realiza el trabajador. La relativización de su cuantía es absoluta cuando opinan sobre la misma las contrapartes del contrato de trabajo. Todos los que trabajamos pensamos que el dinero percibido en concepto de salario es pequeño. Aquel que paga, el empresario, hace la valoración contraria. Son apreciaciones hechas desde las antípodas.

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Las diferencias salariales entre los trabajadores se basan en el modelo del mercado de trabajo de equilibrio, o sea, se supone que los salarios se ajustan para equilibrar la oferta y la demanda de trabajo. Pero ello no siempre es así. El salario de algunos trabajadores es superior al nivel de equilibrio, nivel que se determina por la oferta y la demanda de trabajo. La acción sindical ejercida en la negociación colectiva y la acción gubernamental en la determinación del salario mínimo legal, son los dos factores con mayor incidencia en el desequilibrio. Esta distorsión del mercado, en principio loable porque implica un mayor salario para los trabajadores afectados, supone una rémora al conjunto de la economía, fundamentalmente a aquellos que están excluidos del mercado, ya que el salario superior al nivel de equilibrio aumenta la cantidad de trabajo ofrecido y disminuye la de trabajo demandado, siendo el efecto de todo ello el desempleo. Supone un impedimento artificial para que muchas personas que queriendo y pudiendo trabajar no lo puedan hacer. Por lo tanto, hay que meditar y ponderar las interferencias manifestadas en el mercado de trabajo, porque excluyen a un importante número de personas del acceso al trabajo.

Otro factor a considerar es el de la discriminación. Existe discriminación cuando el mercado ofrece diferentes oportunidades a personas similares que sólo se diferencian por razón de raza, sexo, edad u otras características personales. El tema de por sí, suscita acalorados y encendidos debates. Pero hagamos un análisis económico, sin condicionamientos de otra índole que no sean estrictamente objetivos, desechando de esta forma el mito y quedándonos con la realidad del problema que subyace. Mientras en los Estados Unidos de Norteamérica hay discriminación salarial por razón de raza y sexo, en España hay discriminación por razón de sexo. Ahora bien, incluso en un mercado libre de discriminación, cada persona tiene un salario distinto. Los individuos se diferencian por la cantidad de capital humano que poseen y por el tipo de trabajo que pueden y quieren realizar. Las diferencias salariales que observamos en la economía son atribuibles en gran medida a los factores determinantes de los salarios de equilibrio. Por lo tanto la mera observación de las diferencias salariales en los Estados Unidos o en España no prueba que los empresarios discriminen.

Por lo tanto una cosa son las diferencias salariales debido a la cantidad de capital humano que cada trabajador posee y otra cosa son las discriminaciones salariales, prohibidas expresamente en el artículo 28 del Estatuto de los Trabajadores, sobre igualdad de remuneración por razón de sexo.

Son factores que ayudan a explicar las diferencias salariales fundamentadas en la cantidad de capital humano que cada trabajador posee, la formación y los conocimientos, el grado de experiencia laboral y las denominadas diferencias compensatorias (compensan características no monetarias atribuibles a los distintos puestos de trabajo), aunque son difíciles de medir y cuantificar. Está demostrado que los hombres y las mujeres no siempre son propensos a elegir el mismo tipo de trabajo, atribuyéndose unos salarios relativos a los distintos puestos de trabajo que dependen en parte de las condiciones en las que se desarrollan los distintos empleos (hay mayor propensión de trabajadoras auxiliares administrativos y mayor número de trabajadores camioneros por ejemplo).

El capital humano atribuible al grado de formación de la población explica las diferencias salariales. Un estudio revela que en los estados Unidos los blancos tienen un 75% más de probabilidades de ser titulados universitarios que un ciudadano hispano o negro; ahí radica parte de la diferencia salarial. Siguiendo con la estadística, los trabajadores blancos, sean hombres o mujeres tienen prácticamente las mismas probabilidades de ser titulados universitarios, pero hay una mayor probabilidad, superior al 10% de que el hombre obtenga una titulación correspondiente al tercer ciclo, esa consideración explica también diferencias salariales no discriminatorias, en este caso debidas a la cuantificación del capital humano.

El capital humano adquirido por medio de la experiencia laboral ayuda a explicar también las diferencias salariales. En concreto, la participación de la mujer en la población activa ha aumentado en las últimas décadas, por lo que éstas tienen un promedio menor de experiencia laboral que los hombres. Así es que la trabajadora media ahora es más joven que el trabajador medio, siendo éste y no otro el motivo por lo que aquella acredita menos experiencia laboral.

En resumen, el estudio de las diferencias salariales entre los grupos de trabajadores no permite extraer una clara conclusión sobre el grado de discriminación existente en el mercado de trabajo. Es muy probable, que algunas de las diferencias salariales observadas sean atribuibles a la discriminación, pero es muy complicado, por no decir imposible, medir el grado real de discriminación, ya que una parte de la diferencia salarial, como venimos argumentando, se debe a la distinta cuantificación individual del capital humano.

Sin embargo, las diferencias de capital humano entre grupos de trabajadores pueden deberse a la discriminación. Por ejemplo, el distinto grado de exigencia entre comunidades autónomas en el aprendizaje de los programas de estudios en la etapa escolar puede considerarse una práctica discriminatoria, ya que uno de los factores que conforman el capital humano es el grado de formación y conocimientos adquiridos en la etapa educacional de los individuos. Esta discriminación se produce mucho antes que el trabajador se incorpore al mercado de trabajo. Por lo tanto, en este caso el mal producido (la escasa formación del ciudadano) tiene un origen político, aun cuando el efecto perverso se materializa en condicionantes económicos (los trabajadores en general de una determinada comunidad que acreditan menor nivel formativo sólo pueden aspirar a uno niveles de renta salarial inferiores, fundamentado ello en un menor capital humano).

La Junta de Andalucía, después de 30 años gobernado, tendría que explicar la baja cuantificación del capital humano medio del trabajador andaluz, explicativo del sempitérnico diferencial de rentas con el resto de España.