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PUERTO REAL

Hoy se proyecta en la Casa de la Juventud la película La Vaquilla

Es la última del ciclo de cine organizado por el Ateneo Republicano de Puerto Real

Tito Barrena | Puerto Real
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Durante la Guerra Civil Española, en un frente de trincheras, los soldados se limitan a escribir cartas o dormitar. Pero la tranquilidad se rompe cuando un altavoz de la zona nacional anuncia que, con motivo de la Virgen de agosto, se va a celebrar en un pueblo cercano una fiesta. Cinco combatientes de la zona republicana deciden raptar a la vaquilla para terminar con la fiesta del enemigo.

La Vaquilla, se trata de la penúltima colaboración entre Berlanga y Rafael Azcona, una de las parejas más creativas del cine español de todos los tiempos. La cinta fue escrita por los dos cineastas casi veinticinco años antes de estrenar la película. Se trata de una parodia de la Guerra Civil perteneciente al estilo que ambos crearon: al del humor negro, al de la sátira esperpéntica, a la comedia con trasfondo amargo tan característica de su cine.

La trama es una evidente metáfora del conflicto armado: la lucha fratricida por dominar el territorio español, viene aquí simbolizada por el intento de un grupo de militares republicanos de sustraer un astado a los nacionales. Berlanga y Azcona le quitan importancia a todo lo que pueden, para fastidiarles la fiesta a los fascistas y de paso dar de comer a la tropa.

La película es fiel al estilo de Berlanga, con largos planos de secuencia y planos generales repletos de personajes que hablan simultáneamente. Lo que se presenta en primer término es casi tan importante como lo que sucede en el fondo. La cinta pasa por momentos en los que da la sensación de que todo ha sido improvisado; aunque, finalmente, esta impresión es compartida con aquella otra en la que pensamos que la planificación se ha realizado hasta el mínimo detalle.

Es una guerra donde los suboficiales enemigos se reunen todos los días para intercambiar tabaco por papel de fumar; donde dos militares proponen cambiarse de bando porque la guerra les cogió en el lugar equivocado. Y es que la película no intenta abrir una herida por muchos superada, más bien todo lo contrario. En muchos pasajes del largometraje, los soldados de uno y otro bando sólo tienen un interés común: el de sobrevivir a ese mundo de miseria y hambre que les ha tocado vivir.

Todos son iguales ante los ojos de Berlanga y Azcona cuando los presentan desnudos, bañándose en el río, o esperando el turno en un burdel para acostarse con la prostituta de turno. El director y el guionista, procuran presentar un ambiente lo menos bélico posible para realzar su intención. Así, el teniente republicano lleva como arma una maquinilla de cortar el pelo para mantener la disciplina; o los únicos sonidos que recuerdan a la guerra -y que atemorizan a los contendientes- son los de los petardos y los fuegos artificiales.

Aunque la sonrisa -y en ocasiones, la carcajada- no nos abandone nunca al presenciar las andanzas de tan peculiares personajes, el poso de amargura que el filme deja al final es digno de mencionar: el último plano deja en su sitio la realidad histórica que significó para el país una guerra tan cruenta.