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Caín en la máquina del tiempo
«No me interesa eliminar y mucho menos cambiar mi pasado. Lo que necesito es una máquina del tiempo para vivirlo de nuevo. Esa máquina es la memoria». A finales de 2004, muy poco antes de su muerte, Guillermo Cabrera Infante -G. Caín al firmar muchos de sus textos- terminó su última novela: 'La ninfa inconstante'. Una historia sobre una muchacha muy joven de la que se enamora el autor-narrador, pero muy especialmente una novela acerca de La Habana en 1957. Tres años y medio después de su muerte, ese texto verá la luz. Estará en las librerías a finales de mes, editado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, que abordará también la tarea de publicar sus 'Obras completas'.
Actualizado: GuardarCabrera Infante murió en febrero de 2005 sin haber podido revisar el texto de 'La ninfa inconstante'. El relato estaba completo, incluido el prólogo, un doloroso apunte sobre el paso del tiempo, la memoria y la crueldad de un destino que nos obliga a recordar los momentos felices justo cuando la infelicidad ha llamado a nuestra puerta. Pero a ese original le faltaba una revisión profunda.
Consciente de la proximidad de la muerte, dio instrucciones a su esposa sobre lo que debía hacer con el texto. «El original estaba escrito a mano porque en esos meses ya no podía hacerlo a máquina», explica desde Londres Miriam Gómez. «Me pidió que lo ordenara y lo revisara y que juzgara después. 'Si ves que sirve, lo publicas. Si no, lo tiras. Pero no quiero que nadie, excepto tú, lo toque', me dijo».
El volumen estuvo en un cajón año y medio. El dolor impedía a la viuda del escritor adquirir la distancia necesaria para un trabajo de ese tipo. Cuando se puso a mecanografiar y corregir descubrió que la tarea era un alivio. Además, entre sus líneas de «caligrafía japonesa», escritas en unos cuadernos que ella le compraba para que anotara cuanto se le ocurría, encontró «a Guillermo en estado puro, con mucho humor». También halló el retrato de una ciudad omnipresente en sus mejores obras: La Habana.
'La ninfa inconstante' completa el hueco histórico que existía entre 'La Habana para una infante difunto', ambientada a comienzos de los cincuenta, y 'Tres tristes tigres', cuya acción transcurre inmediatamente antes de la revolución castrista. Cuenta la pasión efímera entre un periodista que trabaja en la revista 'Carteles' -imposible no ver un 'alter ego' del autor- y una muchacha, Estela, Stella o Estelita, que al comienzo del relato no ha cumplido aún los 16 años. Una muchacha hermosa y amoral, propicia al sexo pese a que en el fondo no le interesa, habituada a pasear por la calle sin ropa interior en un tiempo en que sólo lo hacían mujeres de mala reputación y deshinbida hasta el punto de andar por casa semidesnuda. «Ella nació para ser infeliz y lo logró plenamente», dice el narrador.
La Habana como escenario
Estela comparte protagonismo con la ciudad de La Habana, en un ejercicio de impagable nostalgia literaria. Sólo literaria, porque como asegura Miriam Gómez su marido no la sentía en absoluto en la vida real. «Él vivía muy bien en Londres y apenas pensaba en La Habana. Una vez se despertó muy alterado, y me confesó que había soñado con esa ciudad, y había sido una pesadilla. Por eso acostumbraba a decir que la nostalgia era como una puta a la que él pagaba y ella le daba cosas, que eran sus libros. Sólo la entendía como herramienta creativa».
La herramienta dio sus frutos: en las 300 páginas escasas del libro están los viejos cafés de la ciudad, con sus pianistas tocando boleros, y los locales más célebres, como el Floridita y la Zaragozana, o el hotel Nacional, en su soberbio emplazamiente frente al mar. El autor-narrador recorre las calles y barrios, buscando o acompañando a su jovencísimo amor, y el lector lo encuentra en el extrarradio, donde la ciudad termina por confundirse con el campo, en la Rampa -recién construida, hace constar- o en el Vedado, la zona elegante de la parte moderna. En todos esos lugares, el narrador se encuentra con personajes que parecen sacados de una enciclopedia del surrealismo caribeño: lo mismo un percusionista de la Filarmónica que es sordo como una tapia que un fotógrafo apellidado Núñez que había puesto este cartel anunciador a la puerta de su estudio: «Si su niño llora, Núñez lo retratará riendo».
Junto a ellos, numerosos personajes reales convertidos en secundarios. El director Tomás Gutiérrez Alea, 'Titón', y su esposa Olga aparecen en una breve escena. Un Ernest Hemingway desconfiado y ya consciente de su decadencia protagoniza un corto diálogo con un amigo del narrador. «Para qué iba a inventar secundarios, si él conoció a toda esa gente en aquellos años. En muchos casos son personajes a los que había citado en otros libros, y así lo recuerda, va dejando pistas para los lectores y los críticos», dice Gómez.
Un guiño de un autor que, incluso en un momento en que su salud estaba muy disminuida y se había sumido en la depresión por la muerte de su hermano, no renuncia al humor y los juegos de palabras: «Las mujeres son como los libros: uno siempre tiende a llevarlos a la cama». O bien. «No hay como un periodista para usar palabras largas al servicio de ideas cortas», irónica reflexión para alguien que dedicó buena parte de su tiempo a trabajar en periódicos y revistas. Hasta se permite contar chistes, como el de un hombre que llega a casa y descubre a su mujer con otro en su sofá. «¿Esto se acaba ahora mismo!», grita vengativo. Y vende el sofá.
Amor y boleros
El relato, cuyo carácter parcialmente autobiográfico confiesa Cabrera Infante en las primeras páginas, le sirve también para disertar sobre el amor: «No es más que una coincidencia fatal: estar en un lugar adecuado en un tiempo torpe, inadecuado y totalmente inhóspito. El amor es un efecto sin causa». Y acerca de dos de las grandes pasiones de su vida: los boleros y el cine. Los primeros están presentes a lo largo de todo el libro. Viejos boleros que quizá hoy ya no conozcan ni en Cuba pero cuyas letras subrayan la acción. Sucede, por ejemplo, cuando el ansioso amante pregunta a la muchacha lo que todos los enamorados del mundo han preguntado temerosos alguna vez: «'¿Cuándo te volveré a ver?' Hay preguntas que suenan a boleros. Lo que no es grave. Lo grave es cuando también las respuestas suenan a boleros. 'No lo sé'».
En las últimas páginas del libro, el narrador apura la historia y su propia vida, y se pregunta: «¿Qué sería de mí sin el cine?» Miriam Gómez recuerda cómo cada noche, sin fallar ni una sola y durante décadas, Cabrera Infante siguió el ritual de ver una película. «Aún hoy, al salir del cine, me pregunto si el filme le habría gustado a Guillermo», confiesa su viuda. El cine, la música, la literatura y el amor fueron las bases sobre las que el escritor cubano exiliado en Londres durante casi cuatro décadas trató de ser feliz. Pero aunque no vivió torturado por la nostalgia nunca dudó en recurrir a la máquina del tiempo de la literatura para revivir el pasado. «No hay mayor dolor que recordar el tiempo feliz en la desgracia. Y el tiempo desgraciado desde la felicidad, ¿qué dolor da?», se pregunta en la última página de 'La ninfa inconstante'.