Inmovilismo a la baja
El momento de la puesta en libertad de Arnaldo Otegi, tras cumplir quince meses de cárcel por enaltecimiento del terrorismo, se convirtió ayer en una expresión más del inmovilismo que atenaza a la izquierda abertzale. Las palabras pronunciadas por el dirigente de Batasuna a la salida de la prisión de Martutene, apelando al «diálogo y a la negociación»para la solución del «conflicto», reprodujeron en realidad la misma letanía con la que la banda etarra persiste en justificar su propia existencia como emanación ineludible de un contencioso histórico. Aunque el insistente mensaje de ese mundo debilitado en su sectarización va más allá, porque viene a decir que no son ellos los que tienen que cambiar de actitud, que es el resto de la sociedad y las instituciones quienes deben modificar su conducta haciendo suyas las exigencias de la barbarie. Con otras cuatro causas abiertas contra él por la Audiencia Nacional y por el Tribunal Superior del País Vasco, la situación de Otegi es equiparable a la de tantos otros dirigentes batasunos que a lo largo de los últimos años han visto cómo la Ley y la actuación de la Justicia han ido reduciéndoles la insostenible impunidad en la que venían moviéndose dando cobertura política a ETA y siguiendo sus directrices. La propia trayectoria de Otegi es el vivo ejemplo de la disciplinada sumisión con la que los líderes y cuadros de la izquierda abertzale han actuado y continúan comportándose respecto a la banda terrorista.
Actualizado:Quien encarnara un aparente movimiento de apertura coincidiendo con la tregua de 1998, llevando a la marca EHAK al resultado electoral más importante cosechado por el entorno etarra y erigiéndose en un personaje de indudable influencia en la política vasca no dudaría en secundar la ruptura asesina de aquel alto el fuego, la cerrazón decretada por ETA hacia su mundo mediante la creación de Batasuna y en emplear toda su verborrea para eludir cualquier condena de los más execrables crímenes contra la vida y la libertad por parte del terror. Hoy poco importa si Otegi cuenta con un asiento propio en la cúpula activista de la izquierda abertzale, o si sus posiciones resultan demasiado tibias para los actuales propósitos de ETA. Lo relevante es que ni el paso por la cárcel sirve para que dirigentes como él opten por cortar amarras con su propio pasado y ofrezcan algún viso de rectificación que permita alentar un mínimo de esperanza en la evolución de un mundo tan fanatizado. No sólo lo impide la dictadura etarra. Lo impide también la podredumbre moral que corroe a quienes durante tantos años han convertido la muerte del prójimo en factor de especulación política.