Las claves de la crisis
Al ciudadano que padece los coletazos inmisericordes de la crisis económica le interesa poco el nombre de las cosas -crisis, desaceleración o estancamiento-, menos aún que la responsabilidad del problema incumba sólo a Rodríguez Zapatero o sea la consecuencia de unas políticas permisivas erróneas en el sector construcción en los últimos lustros, y no le interesa en absoluto que Alemania o Francia estén todavía en situación todavía más inquietante que la nuestra: lo que requiere el Juan Español abrumado por las circunstancias son primordialmente dos cosas:
Actualizado:Una primera, que el establishment político deje de hacer una explotación ruin de la adversidad, procurando arrimar el agua a su propio molino y tratando de que la penuria de todos subvierta las preferencias colectivas con el fin de sacar tajada del problema.
Y una segunda, que la clase política se ponga a trabajar, que en este caso es debatir las circunstancias reales de la coyuntura para efectuar un diagnóstico a partir del cual aplicar las terapias que, si no van a sacarnos del magma globalizado de la crisis, sí pueden al menos minimizar sus efectos, minorar las heridas sociales que produce y rescatar a quienes hayan caído irremisiblemente en sus garras. Para todo ello, conviene tener presentes los siguientes puntos:
1.-Es incuestionable que el sector público español estaba saneado cuando sobrevino la acumulación de adversidades: hipotecas basura en EE UU, cataclismo del sistema financiero, encarecimiento exorbitante de materias primas -incluido el crudo- y de alimentos. Sin embargo, persistían notorias rigideces que se reflejaban en el persistente diferencial de inflación que padecíamos (y padecemos) respecto a la Eurozona.
2.-A efectos prácticos, es irrelevante que lleguemos o no a la recesión técnica. En el segundo trimestre del año crecimos un ridículo 0,1% cuando Alemania retrocedió el 0,5% y Francia el 0,3%. Lo importante es acomodar la política económica -en aquellos aspectos en los que tenemos todavía autonomía- para aprovechar lo mejor y lo antes posible el cambio de signo global de la economía.
3.-Semejante designio -el de actuar internamente para ser de los primeros en salir del pozo- no es unívoco. Con independencia de que se adopten cuanto antes decisiones de liberalización económica y se aporten ayudas a los sectores más afectados, existen al menos dos vías de avance optativas. La socialdemócrata tenderá a impulsar la reactivación por procedimientos keynesianos -estimulando la inversión productiva y la demanda interna-, hasta el límite que permitan las disponibilidades (el déficit está severamente restringido por el Pacto de Estabilidad). Los liberales preferirán en cambio dejar más liquidez en manos del sector privado por el procedimiento de reducir impuestos, lo que puede tener efectos sociales negativos. Lo conveniente es debatir políticamente esta cuestión para hallar soluciones de consenso que puedan tener virtualidad a medio plazo, dado que la crisis no será corta.
4.-En cualquier caso, y sea cual sea la solución que se adopte (que será, seguramente, híbrida), es claro que éste es el momento de apostar por un cambio del sistema productivo hacia la definitiva modernidad, lo que requiere avanzar en la conquista de la productividad, de forma que un sistema hasta ahora basado en la demanda interna -construcción y consumo- viva en el futuro del sector exterior gracias a nuestra competitividad en los mercados globalizados. Ello exige una mejora sensible del capital humano -grandes inversiones en educación- y una decidida potenciación de la I+D+i, que no sólo requiere recursos sino también iniciativa pública y privada.
En definitiva, quisiéramos ver cómo los representantes económicos de los grandes partidos dejan de arrojarse puerilmente entre sí la crisis a la cara, con la esperanza -fallida- de que los ciudadanos no entendemos realmente lo que sucede. Porque es bien evidente que el recalentamiento del sector inmobiliario ha sido el fruto de una general dejación que no puede repetirse. Lo importante ahora es salir del pozo y no averiguar por qué hemos caído en él.