PARED. Uno de los muros (al fondo) necesita una capa de pintura . / T. SÁNCHEZ
Jerez

Rincones olvidados en el camposanto

El deterioro de algunas zonas del cementerio jerezano ha originado duras críticas de vecinos y oposición

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En agosto, el cementerio jerezano permanece más en silencio de lo que suele ser habitual a lo largo del año. Pocos, muy pocos, son aquellos que se deciden a ir en estas fechas a un lugar donde los recuerdos de los seres queridos que ya no están afloran en cada rincón. Un corto paseo por estas instalaciones deja entrever historias pasadas que suelen cortar la respiración.

A medida que nos adentramos en el camposanto es inevitable observar el estado en el que se encuentra la última morada. En la mayoría de las zonas, las calles que forman los bloques de nichos están bien conservadas. Limpias, a pesar de que el viento haya conseguido arrancar alguna flor de las muchas que se pueden observar en cada una de las lápidas. A excepción del estado de los laterales de los caminos asfaltados -son de arena y presentan grandes desniveles e incluso algún que otro boquete-, a simple vista el cementerio de Jerez no da una mala impresión.

No obstante, la situación cambia a medida que uno se adentra en las zonas más antiguas del camposanto. Al fondo, a la altura del bloque dos, unas obras han movido un poco de tierra. Varias personas aseguran haber visto «ratas y nidos de serpientes, que incluso pasean a sus anchas por el cementerio a plena luz del día», como manifiesta el edil del grupo municipal del PSA en el Ayuntamiento, Antonio Conde.

En otra área de estas instalaciones, en la reservada para osarios -denominada Grupo A- todo parece más estropeado. Nada más acceder a esta zona, los nichos donde descansan muchas familias enteras (la mayoría son en propiedad) muestran una imagen deteriorada donde la pintura de las paredes deja al descubierto los ladrillos o donde las manchas de humedad dan un color negro a cada uno de los bloques. La sensación de abandono se acentúa en este pequeño enclave donde los nichos son más pequeños.

Muchas sepulturas están sin lápidas, otras sencillamente vacías o llenas de papeles, flores secas, botellas de agua o algún que otro crucifijo. El calor aprieta en pleno mes de agosto y el silencio intensifica la sensación de desasosiego. A diferencia de otras áreas del cementerio, en ésta hay más amplitud gracias a unas teóricas zonas verdes cuya conservación no brilla por ser demasiado evidente.

Entre los nombres y fechas que marcan cada una de las lápidas, la pared se desprende en silencio, sin apenas dejarse notar.

En otras zonas, en aquellas donde están las sepulturas y algunas criptas, se pueden ver lápidas totalmente rotas. Fisuras que muestran la tierra y donde se resguardan bolsas, flores marchitas y algún que otro insecto. «Hay lápidas que se conservan en muy mal estado, especialmente las del segundo patio. Por ello, pedimos al equipo de Gobierno que elabore un listado de las mismas para, posteriormente, localizar a sus propietarios», insisten desde el PSA.

Un grupo de mujeres se dispone a cambiar las flores a uno de sus familiares. Señalan con indignación los bloques más antiguos donde las paredes parece que no aguantarán mucho tiempo y recalcan aquello de «esto es una vergüenza; ni el cementerio está en condiciones». Miran de uno a otro lado en busca de una escalera. La encuentran. Tras colocarla -no sin alguna dificultad- en el lugar adecuado, una de ellas sube a limpiar la lápida que esconde los restos de los suyos. «A este cementerio le hace falta un buen arreglo», sentencia secándose el sudor de la frente. Sus compañeras buscan sin éxito un poco de sombra en este valle lleno de silencio.

braguilar@lavozdigital.es