DOS GANADORES. Los jugadores españoles, a la izquierda, se abrazan tras la derrota ante los norteamericanos, que sufrieron y explotaron de alegría al vencer a la selección . / EFE
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Plata de ley, oro virtual

España recupera el estilo que enamoró hace dos años al mundo para disputar de verdad una final inolvidable con Estados Unidos

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LeBron James se negaba a valorar la posibilidad de perder el oro de Pekín. Kobe Bryant confesaba que, en el muy hipotético caso de no proclamarse campeón olímpico, tendría que abandonar su país. Quizá por eso, ante la opción remota -pero real- de purgar la bravuconada con la expatriación y consiguiente entrega del pasaporte, levantó el puño hacia el banquillo para liberar una tensión inimaginable. A tres minutos de decidir los colores de las medallas (99-104 a 107), el alma, corazón y vida de los Lakers acababa de suspenderse desde el lado izquierdo del ataque para clavar un triple en el hoyo español de las agujas. Pero el grupo de Aíto, que aún se empeñaba en colocar conmovedoras puertas al campo, precisó otra estocada, el enésimo acierto exterior de Wade (104-108 a 111), para entender que su prodigiosa actuación no le depararía la victoria. Plata de ley, oro virtual. En cualquier caso, metales de joyería cara.

Sí, han leído bien la cronología de minutos y las estrecheces del marcador. El combinado norteamericano más armado y serio desde Barcelona'92 necesitó invocar a dos de sus cuatro soles en un firmamento de estrellas para aliviar, definitivamente, esa presión tan desagradable en la nuez que desconocía. Estados Unidos no se permitió las celebraciones hasta la recta última, pero muy última, del partido. Fue cuando los árbitros se encargaron de ensuciar un espectáculo grandioso con una falta antideportiva de cómic a Marc Gasol y una técnica inmediata. Cuatro tiros libres y banda que ensancharon con números una diferencia mucho menos apreciable.

Competir

El magno duelo que ayer regalaron Estados Unidos y España no guardó relación alguna con la pantomima de la primera fase. Para que exista contienda, los dos bandos han de pisar la pista con la voluntad firme de competir. Y es lo que hizo la selección nacional, que trató de tú a su adversario como a quien se conoce en el barrio de toda la vida. Amarrada la plata, el título de la otra competición descartados los norteamericanos por arriba, los jugadores de Aíto ya habían anticipado su empeño de oponerse realmente al coco. Y, vista la formidable final que clausuró los Juegos, fueron cabales a su palabra.

Sin nada que perder y todo por redemostrar, España juró fidelidad a un sello, a aquel baloncesto que enamoró al mundo hace dos años en Japón. Un estilo moderno, intenso, dinámico, bueno y bonito, pero siempre responsable. Una forma de entender el deporte valiente, libre y sin corsés. Un modo de encarar la vida donde el resultado es la consecuencia del juego; no el principio y el fin de cuanto ocurre. Así, con el pecho por delante como los buenos toreros, alcanzó su máxima renta en el minuto 5 (14-9), diluida por la conmoción que representó el ingreso en la pista de Wade; sólo marchó catorce puntos por detrás (44-58, minuto 15) en el momento de máximo agobio; y permaneció toda la mañana a la vera de su adversario. En la columna del 'debe', y por apuntar algo, cierta permisividad para que el adversario lanzase de tres. Pero es la teoría de la manta corta, que si quieres proteger tus dominios, te la cuelan desde la valla.

Es cierto que Estados Unidos siempre generó la sensación de ganar, como también que España vio resquicios de éxito ocultos para el resto de los mortales durante el torneo. Una jugada fue el compendio perfecto. Minuto 32, 86-91. La selección se sacude el agua del pelo con la fuerza de quien emerge de la piscina. Rebote defensivo, balón rápido a Ricky, el chaval mete un pase picado y diagonal a Rudy, su compañero se levanta en carrera y triple (89-91). El regreso definitivo, la mejor versión de España.

La competencia sólida que ayer ejerció el combinado de Aíto tiene el mérito añadido de haberse certificado frente a un auténtico equipo norteamericano. Al mando de un técnico universitario que sí cuida la táctica y no sólo ejece como jefe de personal, USA se ha desenvuelto a la manera de un bloque bien mentalizado. Sus miembros han aparcado durante dos semanas egoísmos que forman parte intrínseca de su ser, han recurrido a la paciencia para buscar al compañero desmarcado con un pase de más y han sorteado las trampas zonales mediante un tipo en el cuello de la bombilla (ayer Prince) y una puntería exterior más que notable (47% de triples en la final). Estados Unidos acudía a China para recitar monólogos y ayer se topó con un actor que reclamaba conversación.

Fue porque cada jugador español asumió el arrojo irrevocable de hacer muy bien lo que mejor sabe. Incluido Navarro, que surgió de un túnel sin aparente fin durante todo el campeonato para cuajar una actuación excelente. Tanto de escolta como de base por la ausencia de Calderón y los problemas físicos de Raúl López, la 'Bomba' provocó los estragos propios de su condición. Es uno de esos hombres que, cuando no están, dejan simas en vez de huecos. Además, Ricky Rubio se permitió la irreverencia de mantener un pulso parejo con el mejor 'uno' del mundo, Chris Paul; Rudy Fernández se propuso en los cuartos pares anticipar algo de lo que ofrecerá en Portland; Pau volvió a generar la impresión de que puede meter puntos hasta en pijama; Marc mostró el carácter de los que quieren y pueden; Reyes se negó a vivir en la trastienda; y Jiménez, lo de siempre, la discreta eficacia hecha hombre. Lo mismo te sujeta la escalera, que te da fuego o te acerca el agua. Por el ansia de combatir, la fidelidad a un estilo y lo más florido de cada repertorio individual, España culminó con grandeza un torneo-cordillera. Empezó bien los Juegos, preocupó luego con síntomas de gripe deportiva, se vistió después de riguroso luto para comunicar malas noticias a croatas y lituanos y se ha liberado con un juego exquisito a la hora de máxima audiencia. En mañanas como las de ayer dan ganas de abrir la ventana y gritar a los cuatro puntos cardinales que 'viva el baloncesto y el padre que lo engendró'. O sea Naismith, el profesor canadiense que quitó la tapa inferior a una cesta de melocotones para que los chavales pudiesen jugar bajo techo en días de frío y lluvia, jornadas muy distintas al esplendor mediterráneo de ayer. España debe recordar que los toreros grandes también se visten de plata. Pero el chaleco, eso sí, lo llevan de oro bruñido. Siempre.