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OPINION

Buenas noches y buena suerte

Con la canícula del verano llegan las buenas noticias. Y como ya se sabe que las buenas no son noticias, el periódico adelgaza y se hace amable. Lo cual, bien pensado, es una arbitrariedad más del etnocentrismo occidental, dado que el verano agosteño es cuestión de nuestro hemisferio y cultura. Una levedad estival que deja el periódico reducido a un fanzine de historietas e imágenes atemporales, fuera del rigor de la noticia, suspendidas en el tiempo lento del verano.

MANUEL VERA BORJA
Actualizado:

Al comienzo de este verano se produjo una de esas noticias que te despiertan de la duermevela estival. Daba cuenta de que el Senado de Rumanía acababa de aprobar una ley contra las malas noticias, o lo que es lo mismo, que obliga a los medios a darlas buenas. Lo que, supongo, no es más que un resabio de la vieja ortodoxia comunista que concebía los medios como un recurso para el adoctrinamiento ideológico, resulta hoy en día y en seno de la UE, un auténtico parto de los montes.

Sin embargo, invita a reflexionar acerca del papel de las noticias en los medios de comunicación. Es verdad que en la maraña de malas o preocupantes noticias con las que desayunamos normalmente cada día, queda poco espacio (en el papel o en las ondas), para esas otras que ayudan a reconfortar el ánimo lo necesario como para poder sumergirse en el torrente cotidiano de la vida.

Y es que las cosas que realmente importan, raramente consiguen llegar a la categoría de noticias. Es noticia lo que es negocio (business) y las buenas nuevas no suelen alcanzar buenas cotizaciones en el parqué bursátil, por razones que acumulan metros de estanterías y millones de bits, referidas a la conversión de la noticia en mercancía y el oficio profesional de periodista en asalariado o ejecutivo de las grandes corporaciones de medios.

Este año, el verano ha acabado antes. Las malas noticias se lo han llevado por delante. Aparentemente, la realidad siempre se acoplaba al calendario. Cuando el verano llegaba, cesaban guerras y catástrofes, golpes de Estado y crisis económicas. Hasta las malas noticias se iban de veraneo y aparecía de nuevo el monstruo del lago Ness.

Este agosto viene vestido de otoño, dominan los grises, el blanco y negro, la niebla y la ausencia. Las malas noticias engordan los periódicos y hacen vomitar los teletipos. La catástrofe de Barajas es la culminación de un mes aciago. Los terroristas han vuelto a escribir las primeras, tanto en España como en Argelia o Afganistán, con el trazo grueso y violento de la intolerancia.

Intento vanamente aislarme con la pretensión de prolongar o conservar la magia del tiempo detenido. Pero las malas noticias llegan inevitables, aunque en vacaciones, fuera de España, no compre periódicos, vea TV o me conecte a Internet. Es inevitable. En lo profundo del bosque de Huelgoat, en Bretaña, mientras la lluvia comienza a atravesar la espesa cubierta de árboles milenarios, un pitido acompañado de un ligero temblor, me devuelve a la realidad: un SMS me anuncia la tragedia de Barajas y el misterio revienta en ese instante. La compasión y el miedo deshacen el misterio de Arturo, Lancelot y la bella Ginebra.

Hemos perdido la inocencia del verano. Las malas noticias han traído el otoño.