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La viña, la catedral

Al mes de agosto le pasa lo que a las rebajas de verano, que pasada la euforia de los primeros días, empiezan las tentaciones de la nueva temporada, y junto a los pareos y biquinis aparecen los primeros abrigos y las primeras gabardinas que anticipan un invierno que no llegará hasta diciembre, si es que llega. La vuelta al cole, los 800 euros por hijo que tendremos que pagar para que nuestros niños vayan a la escuela con libros usados, no es lo único que nos amarga el final del verano. Al mes de agosto le pasa lo que a Verano Azul, que desde el primer capítulo ya nos parece escuchar lo del final del verano llegó y tú partirás. Se acortan los días, y aunque intentamos estirarlos, cada vez anochece antes. Definitivamente, agosto es la crisis del verano.

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La economía está en un permanente agosto, o eso nos dicen, porque al final no es más que un trampantojo del verano. La economía está en crisis, y la crisis siempre se nota por el mismo sitio, por donde se rompe la cuerda, por donde más tensa está.Y cierran los negocios que primeros fueron bazares de Ceuta y luego tiendas de chucherías y luego de congelados y luego de veinte duros y luego inmobiliarias y luego . es el agosto que hace Cádiz. Y se quejan los hosteleros de que hay la misma gente, pero con menos dinero. Que las terrazas se llenan pero que otra vez las familias piden dos coca-colas con tres vasos como hace treinta años y que engañan lo de «cenar en la calle» con raciones de croquetas y filetitos y que nadie pide postre y que miran y remiran la carta para pedir lo más barato.

Y aunque conseguir mesa en El Faro sigue siendo una asignatura pendiente para muchos -sin ir más lejos la semana pasada, un jueves, las reservas eran imposibles antes de las once de la noche- y la barra del Balandro ya se ha convertido en un lugar mítico donde sólo algunos pueden decir «Yo estuve allí» y entrar en La Gorda te da de comer puntúa para medalla olímpica, lo cierto es que la crisis se ha hecho carne y ya habita entre nosotros.

Encargados y empresarios del sector hostelero, que es el que pone en pie a esta ciudad despojada de industria, de fábricas y de cualquier fuente de empleo que no sean cuatro mesas en una terraza, llevan todo el verano quejándose del descenso de las ventas. Y los clientes, los nacionales, los internacionales y de los de la vuelta de la esquina llevan todo el verano quejándose de los horarios, del servicio dudoso que prestan algunos bares -dudoso servicio que viene de la mano de escasos salarios y excesivas jornadas-, de la escasa calidad de los productos que se ofrecen, de los elevadísimos precios, de los clavazos a los que se exponen desde el momento en que ocupan una mesa en determinadas terrazas en fin, nada nuevo bajo el sol de agosto.

Sigue habiendo islas, sin embargo, en este paraíso. En la calle de La Palma, ese lugar de culto que buscan los turistas en cualquier fecha del año, especialmente en febrero y en horas en las que la calle de La Palma no es más que el patio de vecinos de un barrio que sigue clamando por su dignidad, hay lugares que hacen que uno se reconcilie con esta luna de agosto. Rodolfo Moreno Garayzar, propietario del Mesón Criollo, sabe mejor que nadie que ante la crisis no sólo una buena carta es garantía de éxito. Por eso, de su bar nadie se va con el estómago ni la cartera vacíos porque la oferta gastronómica y la cuenta están a prueba de crisis y antes de mirar con desdén al cliente que calcula los precios al pedir, son los propios camareros los que sugieren ser cautos en la comanda, porque los platos son generosos, como todo el personal que allí trabaja. No hace falta reservar porque siempre habrá una mesa o una sonrisa con la que entretener la espera, la consigna es que nadie se vaya. Sea quien sea. Y ahí está el secreto, porque Rodolfo siempre tiene una palabra para sus clientes, un saludo, un preguntar por los niños, por las vacaciones como si cada verano, uno volviera a casa sin haber salido de ella.

Y junto a la calle de la Palma, es la plaza de la Catedral el lugar más demandado por los turistas, ya lo saben ustedes. Tan cerca y tan lejos de la de San Juan de Dios, que está herida de muerte desde hace ya más de una década y que no consigue recuperar ni el buen hacer de Enrique en el bar Sevilla. La plaza de la Catedral juega con dos ventajas, la primera su propio escenario, la peatonalización, el propio diseño arquitectónico de la plaza, la proximidad del mar y del resucitado Pópulo -donde también hay bares que añadir a la lista de favoritos de cualquier economía-. La segunda, una oferta hostelera que en perfecta conjunción con Monumentos a la Vista ha sabido sacarle partido a la mítica ciudad de Gades. Las cenas en la casa del Obispo, impecables en su ejecución, se han convertido en uno de los atractivos del verano gaditano. Una cena servida por criados romanos que ni hablan ni miran a los clientes, los bailes de las Puellae y la actuación de los sátiros no quitan brillo al menú elaborado por el Restaurante la Catedral, otro lugar para tener en cuenta. Porque si no encuentra sitio para las cenas de Diophines Fabio, siempre le quedará la terraza del restaurante donde Juan María Damián sigue haciendo una cocina tradicional con productos de primera calidad y donde siempre encontrará la conversación amena y un tanto «chimeneística» de José Manuel Mejías, el Gitano, como él mismo se presenta ante su clientela. Un lugar, sin duda, para olvidarse de la crisis, de agosto y hasta de que este fin de semana es el Mercado Andalusi.